IVAN SCHULMAN MEMORIA Y TESTIMONIOS

FERNANDO BURGOS PÉREZ

UNIVERSITY OF MEMPHIS

SEMBLANZA MÍNIMA E INCONCLUSA DE IVAN A SCHULMAN

Fernando Burgos Pérez

Lo de semblanza mínima alude al hecho de que ocuparía muchas páginas hacer un retrato completo de los extraordinariamente productivos logros de las actividades académicas de Ivan Schulman como profesor universitario, administrador, consultor, director, su participación en la realización de proyectos en colaboración, obtención de becas de investigación, ponente en congresos, la producción de numerosos artículos y reseñas, la consecución de premios de investigación, todo lo cual se extiende a través de sesenta años. Lo de inconclusa es una referencia a uno de los temas favoritos de Ivan sobre el proyecto inacabado de la modernidad proveniente de los estudios del filósofo alemán Jürgen Habermas al respecto. De otra parte, tiene que ver con la manera como los estudios futuros sobre la obra de Ivan Schulman irán creando un perfil más completo y global de sus sólidas y valiosas aportaciones a los estudios de la literatura hispanoamericana.

Ivan Albert Schulman nació en Brooklyn, Nueva York el 4 de octubre de 1931. Obtuvo su licenciatura summa cum laude en 1953 con una especialización en Lenguas Romances en Brooklyn College, periodo en el que estudió un verano en Midllebury College. En 1952 fue becario de la Comisión de Cooperación Cultural entre México y Estados Unidos con lo cual estudió un año en la Universidad Nacional Autónoma de México. Realizó su maestría y doctorado en la Universidad de California en los Ángeles, graduándose en 1954 y 1959 respectivamente. Su experiencia de la enseñanza del español comenzó en la Universidad de California, Los Ángeles durante sus estudios de posgrado en la misma institución. Su docencia transcurrió principalmente en cinco universidades: Washington University (1959-1970), State University of New York, Stony Brook (l970-l973), University of Florida, Gainesville (1973-1980), Wayne State University (1980-1985) y University of Illinois, Urbana-Champaign (1985-1995). Adicionalmente, fue professor visitante en las universidades de Oregon, Michigan, Federal de Rio de Janeiro, Florida International, Universidad de Buenos Aires, Dámaso Antonio Larrañaga Montevideo, Nacional Autónoma de México, South Florida, Florida Atlantic, Middlebury College en Guadalajara, Autónoma de México, y la Universidad de Granada, España.

Su labor administrativa se extendió a través de toda su carrera docente y lo que es esencial señalar en esta área de su labor profesional no es tanto el hecho de haber sido director de varios departamentos universitarios y programas sino la extraordinaria huella que dejó en todas esas instituciones. Para Ivan, dirigir un departamento o un centro de estudios latinoamericanos no consistía en la aceptación de una designación burocrática con la cual aumentaría su currículo personal sino en la necesidad de expandir, crear y transformar esas unidades con la idea de hacerlas más productivas y de otorgarles más oportunidades a estudiantes de recursos limitados. En un congreso realizado en Memphis, Tennessee antes de la lectura de la conferencia “Las genealogías secretas de la narrativa: del modernismo a la vanguardia” que Ivan haría como orador principal de ese encuentro, un exdecano de la Universidad de Memphis señaló al presentarlo que entre los muchos méritos de Ivan Schulman no podía dejar de admirar a alguien que había logrado exitosamente dividir un departamento de lenguas romances en uno de francés e italiano y otro de lenguas y literaturas hispanas, agregando, como administrador con muchos años de experiencia puedo decir que es un atrevimiento raro de ver en las universidades. Todo el público se echó a reír. Esa audacia tan característica de Ivan es lo que ponía todo y a todos en movimiento. Su labor administrativa fue absolutamente transformadora. Reestructuró programas de pregrado articulándolos con certificaciones de programas de enseñanza, desarrolló nuevos programas de maestría y doctorado, integró programas hispanos con iberoamericanos y estudios puertorriqueños, inició cátedras de profesores visitantes, expandió presupuestos de unidades académicas y de adquisición de libros y colecciones para bibliotecas, solicitó exitosamente donaciones privadas y de prestigiosas fundaciones, expandió estudios de lenguas entre ellas portugués, italiano, catalán, y aimara, organizó congresos internacionales en los que logró atraer la atención de críticos y escritores de renombre, negoció relaciones de consorcio con otras universidades, inició programas de intercambio de profesorado, creó programas de posgrado en lengua y literatura portuguesas. Se puede decir que Ivan Schulman entendió con gran lucidez que un puesto administrativo era una coyuntura de expansión y globalización culturales y una oportunidad para lograr el mejoramiento profesional de instituciones de educación superior, de su profesorado, estudiantes y en particular de eficaz alcance educacional para las minorías.

Como investigador, incluyendo monografías, ensayos en coautoría y de edición, Ivan Schulman publicó veintinueve libros, ciento cincuenta artículos, y numerosas reseñas. Se trata de una producción de sólida y rigurosa erudición con la que elucidó ejes centrales del desarrollo de la literatura contemporánea tales como el modernismo, la vanguardia y la modernidad hispanoamericanas. Su obra ensayística fue guiada por el imperativo de innovación de perspectivas que habían instaurado modos esquemáticos de acercamiento a la literatura y en ello reside un aspecto sustancial de su riqueza y de la manera como sus discípulos entendieron y continuaron su legado intelectual.

Para todos quienes extrañamos profundamente la pérdida del maestro nos conforta pensar que desde su graduación de maestría en 1954 hasta 2014—fecha en la que publica su último libro Painting Modernism, un acabado ensayo sobre las relaciones de la artes plásticas a la escritura modernista en Hispanoamérica,—transcurrieron sesenta años de una intensa y enérgica actividad en la cual Ivan Schulman además de renovar teóricamente muchas perspectivas de estudio en la literatura hispanoamericana, impactó y transformó positivamente la vida de muchas personas.

JOSÉ GOMARIZ Y FERNANDO BURGOS PÉREZ

FLORIDA STATE UNIVERSITY Y UNIVERSITY OF MEMPHIS

HOMENAJE

José Gomariz y Fernando Burgos Pérez

En Ivan Schulman. Memoria y Testimonios reunimos las colaboraciones de exestudiantes, colegas y amigos del querido Maestro fallecido el 3 de agosto de 2020 en San Juan, Puerto Rico. Considerando su destacada labor académica y de investigación en las Letras Hispanas no tenemos ninguna duda de que habrá varios homenajes sobre la enorme significación de su legado intelectual en torno al modernismo, Martí, las vanguardias y el desenlace de la modernidad en la literatura hispanoamericana; en este último caso se tratará de ensayos que discutan los alcances y significación de la investigación del Maestro.

En esta publicación nos hemos encargado de recoger testimonios que refieran al impacto que su figura tuvo en la vida y carrera profesional de muchas personas, las circunstancias en que lo conocieron, la colaboración en proyectos culturales y de investigación, la realización y participación en congresos, así como a otros aspectos relevantes en el tiempo que muchos compartieron con Ivan. La excepcional acogida que tuvo la realización de este homenaje es en sí una muestra del gran respeto y afecto de quienes tuvieron la fortuna de haberlo conocido. Nuestros más sinceros agradecimientos para todos los colegas que contribuyeron a honrar la memoria de Ivan A. Schulman.

GABRIEL CARTAYA

ESCRITOR, HISTORIADOR, PROFESOR Y EDITOR

CÓMO LLEGUÉ A SÍMBOLO Y COLOR EN LA OBRA DE JOSÉ MARTÍ, DE IVAN SCHULMAN

Gabriel Cartaya

Debió ser un día de aquellos años en que estaba comenzado la agitada década de los noventa en Cuba cuando, al yo terminar una conferencia sobre José Martí en la Casa de la Nacionalidad de Bayamo, Cuba, se acercó a mí el distinguido profesor Víctor Montero para comentarme, con mucha generosidad, lo que había disfrutado la disertación.

Sentí satisfacción por el halago del viejo profesor, quien entonces ya había rebasado los setenta años, con una exquisita lucidez. Todos reconocían su erudición y gozaba de un enorme prestigio más allá de su entorno provincial. Había sido fundador de la revista Acento en la década de 1940 y mantenía el programa más antiguo de la radio nacional dedicada a la música clásica. Un elogio de aquel hijo ilustre de la ciudad de Bayamo, despertaba las células del ego al más indiferente hijo de vecino.

Pero el rumbo más fecundo que tomó el diálogo de aquella mañana, apareció cuando me preguntó: –Profesor, ¿usted ha leído Símbolo y color en la obra de José Martí? Le respondí que aunque tenía referencias sobre el libro, nunca lo había visto.

-Comprendo—me dijo—. Es una obra de Ivan Schulman, un norteamericano. Se publicó a principios de la década de 1960, pero se ha perdido de las librerías.

Entonces comenzó a explicarme los enormes valores de aquella obra, la sapiencia de su autor, para concluir con una frase apodíctica: no se puede entender a José Martí sin haber leído esa obra.

De manera que con todo lo que yo había leído a Martí desde la infancia, debía encontrarme con aquel ejemplar, si quería penetrar en el intrincado bosque de su papelería. Pero aquel tesoro, me advirtió Montero, era como encontrar una aguja en el pajar bibliográfico cubano.

Mi interlocutor debió percibir una angustia muy grande en mis ojos, para descuidar la vigilancia que montaba sobre aquel privilegiado patrimonio:

-Yo tengo un ejemplar. Haré una excepción con usted. Se lo voy a prestar.

Dicho y hecho. Lo acompañé hasta su casa, en el centro de la ciudad, y extrajo del rico manantial de su biblioteca la perla escrita que extendió a mis manos. No hay que decir la conmoción que despertó en mí la esplendidez con que el profesor me hizo el préstamo, que prometí devolver tan pronto llegara a la última página.

En cuanto entré a mi casa, en Manzanillo, abrí el libro y, como siempre, antes de una lectura detenida, fui saltando entre sus hojas, deteniéndome en una frase, en una palabra, deslumbrándome con los matices multicolores con que los símbolos martianos saltaban a mis ojos. Entonces regresé a la nota preliminar y comencé a leer, como Dios manda. Me adentré en el simbolismo literario, en la teoría simbólica de Martí y comprendí que no había sido exagerada la afirmación del maestro bayamés.

A duras penas me aparté de las páginas de Símbolo y color, para atender mi labor de profesor en la Universidad Pedagógica y hacer malabarismos inimaginables para conseguir que mi familia no se acostara sin comer, en aquellos años difíciles que a alguien se le ocurrió llamar ‘período especial’. En fin, debía interrumpir la lectura con más frecuencia de lo deseado.

Entonces ocurrió lo inexplicable: llego una tarde a mi apartamento y no encuentro, por ningún lado, el más mínimo rastro de Símbolo y color. Busqué una y cien veces, no hubo gaveta que no fuera virada al revés, ni esquina sin recibir la más completa inquisición. Pero al libro se lo tragó la tierra. Maldije, grité, amenacé, ante todos los que acostumbraban a visitarme. Cuando agoté todas las vías de la racionalidad, fui a casa de un médium, por si en estado de trance lograba que algún espíritu le transmitiera una señal. Pero esta vez el vidente se quedó corto, los amigos juraron inocencia con los dedos cruzados y mi esposa estuvo a un palmo de enloquecer.

Esperé más de un mes para decirle la verdad al propietario del libro. Me costó mucho trabajo llegar hasta su casa, tocar a su puerta, verlo aparecer. Como con los tragos amargos, lo apuré sin rodeos.

-Vengo a decirle que me robaron el libro. Se quedó sin palabras. Me miró de arriba a abajo, como preparándose para embestir. Los labios le temblaron y sus ojos se achicaron al mirarme de frente. -No lo puedo creer, es lo único que dijo. Abrió la puerta y en la aridez de su adiós vi desaparecer los primeros granos de una incipiente amistad.

Lamenté no haber terminado de leer el libro, pero mucho más percibir que el profesor Montero no creyera en la historia del hurto. Cuando volví a verlo en alguna calle de Bayamo, mi reacción fue cambiar de acera. Anduve detrás de un ejemplar del libro de Schulman por toda la Isla. A los libreros que se concentraban cerca del Palacio de los Capitanes Generales, en La Habana Vieja, les ofrecí cifras desorbitadas si lograban conseguírmelo.

Cuando ya me estaba acostumbrando a vivir con aquella deuda de honor, me invitaron a un ciclo de conferencias sobre José Martí, en la Universidad del Sur de la Florida. La carta de invitación estaba firmada por Michael Conniff, entonces director del Centro de Estudios de América Latina y el Caribe de esa institución. Pero mi mayor alegría, al llegar, fue saber que el organizador de aquel evento, allí presente, era Ivan A. Schulman. Nunca había visto una fotografía suya e imaginaba que, si vivía, debía tener una edad muy avanzada, porque un libro de tanta sabiduría, publicado cuarenta años atrás, debía pertenecer a la madurez de su autor. Pronto comprendí mi error, cuando él me comentó haberlo escrito en su primera juventud, con lo que vine a ratificar que los genios, como Martí, dan muestras de su brillantez desde las primeras palabras.

Al entrar en la sala del evento, pregunté por él y alguien me lo señaló. Estaba en la mesa de presidir. Al oírlo hablar, mi primera impresión se correspondió con la elevada opinión que tenía de su libro. Agradable, locuaz, inteligente, comunicativo, vivaz, ágil, estuvieron entre los primeros adjetivos de mi apreciación.

En el primer receso me acerque a él, facilitada mi osadía al apreciar la sonrisa y expresión afectuosa con que saludaba a todos. Al presentarme, no le hablé de mí. Le hablé de Víctor Montero, gracias a la delicadeza con que me dispensó parte de su tiempo para oír la anécdota alrededor de su libro. Le conté, haciendo un esfuerzo de síntesis, quien era el ilustre bayamés y, conmovido por su atención, me atreví a insinuarle la felicidad que recibiría(mos) con un ejemplar.

Cuando me preguntó a qué dirección podría enviármelo, sentí el cielo abierto. Pero la sed que despierta la cercanía con la grandeza es insaciable y me atreví a solicitarle una dedicatoria para el martiano que tanto le admiraba. Entonces me dijo, con una sencillez y bondad sin límites:

-También voy a incluir un ejemplar para ti.

Antes de las dos semanas, vi que el cartero dejó una pequeña valija en la dirección donde yo me hospedaba. Al ver que procedía de San Agustín, agradecí a todos los dioses por tanta bendición. Abrí el primer ejemplar y leí: A Víctor Montero, con un saludo cordial de Ivan Schulman. Y el siguiente, con igual cordialidad, a mi nombre, ambos firmados el 30 de julio de 2001.

Al regresar a Cuba, fui inmediatamente a Bayamo. Nunca había recorrido sus calles con tanta emoción. Toqué a la puerta de Víctor Montero, con un nudo en la garganta. Abrió y al responder asombrado a mi saludo, me oyó con toda claridad:

-Vengo a entregarle un regalo que le envía Ivan Schulman.

Incrédulo, abrió el libro y en la primera hoja vio su nombre, junto al saludo y la firma. Me abrazó con lágrimas en los ojos, sin palabras para conjugar los dos sentimientos que pugnaban por un espacio en la exquisitez de su alma: la recuperación de Símbolo y color en la obra de José Martí, junto a la corazonada fiel de que alguien en quien confió no le había engañado.

PEQUEÑO INTROITO A

DOMINGOS DE TANTA LUZ

PEQUEÑO INTROITO (2002)

Ivan A. Schulman

Mientras Ivan residía en St. Augustine, Florida escribió en enero de 2002 un prólogo para la obra Domingos de tanta luz, la cual Ivan la consideró “una obra lírica ”. Con el permiso de su autor, Gabriel Cartaya, reproducimos este prefacio, al cual el Maestro, le llamó “Pequeño Introito”.

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Los prólogos deben ser cortos para que la obra del creador luzca mejor. Y, con más razón en el caso de las obras líricas—y útiles—como la de Gabriel Cartaya. Martí consideraba la pequeñez una virtud, una fuente de belleza: la antesala era linda y pequeña, —escribió en el primer capítulo de Lucía Jerez—como que se tiene que ser pequeño para ser lindo. Y, Gabriel Cartaya en Domingos de tanta luz crea una obra pequeña y linda al evocar los veinte últimos domingos de la vida del Maestro.

Se trata en este breve volumen de retextualizar en forma sintética, uniendo datos, textos, cartas y voces, los momentos más dramáticos y álgidos de la vida martiana, los momentos en que consagró todas sus fuerzas a la faena de fundar una nación, y con inteligencia y astucia se dedicó a la preparación de la guerra necesaria para crear la nueva patria. Pero no es esta una simple re-narración de materiales biográficos ya conocidos y relacionados con la invasión de la isla. En forma reunida el autor orquesta todo lo que sabemos, todo lo que se ha publicado de y sobre los meses finales de la vida martiana. Llenando los espacios vacíos para crear así una crónica larga de uno de los períodos mas atareados y atribulados de su existencia. Y, como consecuencia, lo que resulta es una biografía, una historia de la creación de la nación cubana –de la república independiente y moral—pero, vista desde la actividad, las emociones, las preocupaciones, los temores y los pensamientos—inclusive los más tiernos de Martí. Pero, debido al hecho de que Cartaya construye un panorama vasto, su libro es más que un simple relato en torno a las peripecias de la vida martiana; abarca vidas convergentes, la de los individuos que lo ayudaban en su labor revolucionaria y los que estaban muy cerca del Apóstol—físicamente—o presentes en su memoria, mientras se dedicaba a la labor de recaudar fondos, hablar a los tabaqueros, a los generales, a los miembros de la emigración, o a las autoridades norteamericanas en el instante de reorganizar la revolución después del fracaso de Fernandina, en fin, todo hasta que la voz martiana se extingue en el campo de Dos Ríos.

Dijimos al iniciar este proemio que Domingos de la tanta luz es una obra lírica. Su lirismo se evidencia en los apartados, organizados semana por semana desde el 6 de enero hasta el 19 de mayo, narraciones todas transidas de emoción poética. Cada entrada de los veinte domingos lleva su título apropiado, acertado, evocador: yo soy la yerba de mi tierra, estamos haciendo obra universal, voy con la justicia, o, el último, en peligro de dar mi vida. Cada pequeño capítulo rebosa esencias, las esencia que Martí buscaba y valoraba en el verso, en la prosa, en las obras plásticas, en la vida. Y en cada capítulo el autor revela su conocimiento profundo de los textos martianos y de la crítica en torno a Martí. Es un libro emocionante, y además es una obra original porque en un solo volumen recoge y acopia lo que en otras crónicas y narraciones pertenecientes a la bibliografía pasiva habría que buscar en obras separadas. Es, en fin, una obra útil escrita con amor, dedicación y sensibilidad.

JOSE GOMARIZ

FLORIDA STATE UNIVERSITY



Ivan. en el Centro de Estudios Martianos. La Habana, 2002 ©Jose Gomariz
Roberto Fernández Retamar (Centro), Centro de Estudios Martianos, 2000 ©Jose Gomariz
Cintio Vitier & Fina García Marruz. Santiago, 1995 ©Jose Gomariz
Ivan, Jose, Pedro Pablo. Centro de Estudios Martianos, 2002 ©CEM
Urbana, IL en invierno. 1990s ©Jose Gomariz
Ivan visitó Florida State University & Northwest Florida en abril 2001 ©Jose Gomariz
Northwest Florida ©Jose Gomariz
Northwest Florida ©Jose Gomariz


IVAN A. SCHULMAN: NEOYORQUINO UNIVERSAL

Jose Gomariz


Cultivo una rosa blanca,

En julio como en enero;

Para el amigo sincero

Que me da su mano franca.

José Martí


Conocí a Ivan Schulman a comienzos de los años 90 en Urbana, cuando ingresé en el programa de doctorado de la Universidad de Illinois. Estudiante recién llegado y desconocido, atraído en principio por sus innovadoras investigaciones sobre el modernismo y su vasto saber de la obra de José Martí, lo que aún mayor impresión me causó fue su generosa e inigualable capacidad de escuchar y dialogar —arte olvidado, sino perdido; sobre todo en nuestro tiempo, donde más que palabras se oyen “los ladridos de los perros a la luna,” como llamaba Silva a los discursos del odio, del egoísmo, de la codicia.

Se han cumplido casi tres décadas de ese primer e inolvidable encuentro con Ivan. A partir de entonces, Ivan fue mentor, guía, amigo verdadero —de los del alma. Así fue también la experiencia de los doctorados egresados de mi generación y de generaciones anteriores en Illinois, Nueva York, Florida. Sin embargo, fue en la costa de California donde Ivan se inició en la senda martiana, con profesores como Manuel Pedro González, su guía académico, y Max Enríquez Ureña, hijo del gran amigo dominicano de José Martí. A comienzos de este nuevo siglo, Ivan regresó al estado del Golden Gate, invitado a ofrecer la Conferencia de Alumno Distinguido de UCLA, su Alma Mater.

Si José Martí fue el mayor interprete cultural cubano en Estados Unidos, durante la llamada Gilded Age de fines del XIX, Ivan lo fue a su vez de Estados Unidos en Cuba, para siglos venideros, a través de José Martí. Ivan siempre dedicó notables esfuerzos para fomentar el entendimiento entre los pueblos, y especialmente para impulsar y mejorar las relaciones entre Cuba y Estados Unidos a través del intercambio cultural. Coloquios, conferencias, publicaciones, programas de estudio son solo una mínima muestra de ello. Ivan es parte de la intelectualidad norteamericana, a la que Martí, sin necesidad de dar nombres, se refirió un siglo antes en “Nuestra América” como “lo más puro de su sangre.” Ivan también pertenece a Cuba.

Además de los campos nevados de Illinois, donde se desvanece el horizonte, o de las playas de suaves olas turquesa y blancas arenas de Florida, recuerdo a Ivan en su otra casa, en Cuba. En el amado y aciago paisaje de Dos Ríos, junto al Obelisco; en Oriente, camino del Cobre; en La Habana Vieja; en El Vedado; lo recuerdo hablando con Fina, Cintio, Roberto, con Pedro Pablo e Ibrahim, con Carmen, Ana, Rolando, Mauricio; la que fuera casa del hijo de José Martí, fue también su casa; todos sus amigos del Centro de Estudios Martianos y de Casa de las Américas, su familia cubana. Así también, desde su última casa, Puerto Rico, nación romántica y dolorosa isla del mar, al decir de Martí, como pudiera haber sido República Dominicana o Cuba, Ivan eligió salir de este mundo desde el Caribe.

En una ocasión, mientras volábamos de La Habana a Miami, Ivan me comentó que su casa estaba donde él estuviera. Su casa, comprendí, era el mundo. Imagino que, sea cual sea el destino al que le esté llevando ese vuelo del alma, que José Martí evocó, Ivan tendrá su casa. Ser de estrella y de transparencia martianas, aquí también, entre todos tus amigos, discípulos, colegas, entre los que continuamos cultivando la rosa blanca martiana de amor a la humanidad, seguirás teniendo tu casa, Ivan.

JOSE GOMARIZ

FLORIDA STATE UNIVERSITY

IN MEMORIAM

Jose Gomariz

Ivan, 1996 ©Jose Gomariz