TESTIMONIOS


PEDRO LASTRA SALAZAR

PROFESOR EMÉRITO DE STONY BROOK UNIVERSITY

DIRECTOR DE LA REVISTA ANALES DE LITERATURA CHILENA, PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

MIEMBRO DE NÚMERO DE LA ACADEMIA CHILENA DE LA LENGUA


IVAN SCHULMAN: TESTIMONIO E IMAGEN

Pedro Lastra Salazar

El miércoles 20 de mayo de 2020 tuve una larga conversación con Rubén González. Como era frecuente en esos diálogos con él, con Fernando Burgos y con otros amigos de mis tiempos en la Universidad de Stony Brook, recordamos una vez más a Ivan con quien todos, por una u otra razón, nos sentíamos profundamente en deuda: - ¿Han sabido algo de Ivan? o ¿Dónde estará ahora Ivan? eran las preguntas recurrentes en nuestros encuentros o intermitentes relaciones telefónicas. Más de una vez les conté a esos amigos cómo lo había conocido, a comienzos del verano de 1970, cuando llegué con mi familia a St. Louis, Missouri, como profesor visitante de la Washington University, por invitación y gestión suya, para dictar unos cursos en la sesión de verano y continuarlos enseguida en ese Departamento por el periodo 1970-71. Ivan había decidido asumir una nueva e importante posición en la Universidad de Nueva York en Stony Brook, para hacerse cargo de un cambio muy decisivo allí: el Departamento de Lenguas Romances se fragmentaba, por así decirlo, y se establecía un nuevo y más amplio Departamento de Estudios Hispánicos: Ivan fundaría y orientaría en esa dirección las nuevas tareas, desde septiembre de ese mismo año.

Por esta circunstancia llegué yo a la Washington University. Sin conocerme en persona, solo por algunos trajines epistolares e intercambios de libros o noticias, y sin duda por las recomendaciones de amigos generosos y cordiales (Juan Loveluck, Ricardo Gullón, don Enrique Anderson Imbert) o de mis recientes ex colegas de un semestre en la Universidad de Nueva York en Buffalo, Ivan había pensado que yo podría cumplir algunas tareas en cursos graduados y subgraduados en el lugar que él se disponía a dejar.

Esa invitación y su recepción, tan extremadamente generosa y cordial, cambió mi vida y la de mi familia. Nos sentimos amigos desde ese mismo momento en el que nos recibió, junto con René de Costa, en el aeropuerto de Saint Louis.

Unos días antes de trasladarse a Nueva York, mientras ultimaba sus tareas finales en la Washington University, nos juntamos, como fue habitual en esos días, en la cafetería de la Universidad. Y en un momento me dijo, sin variación alguna en la tonalidad de su diálogo: -Es posible que te hagan una oferta aquí, para que continúes en esta posición, como profesor permanente. - ¿Cómo así?, debo haberle preguntado. Y lo que siguió está entre los recuerdos que mejor conservo en mi memoria: -Bueno, esa es una posibilidad abierta: el departamento tendrá que cubrir la vacancia del puesto que yo dejo, y como ya se te conoce aquí esta sería una solución para todos, y creo que para ti también.

Yo no lo había pensado, ni siquiera imaginado, y aún menos lo que escuché enseguida: -Yo también tendré que conseguir el nombramiento de algunos profesores que me acompañen en ese nuevo departamento que organizaremos en Stony Brook Si esto te interesara, yo estaría dispuesto a conseguir para ti las mismas condiciones que te ofrezcan aquí.

Este es uno de esos raros momentos que marcan y reorientan una vida. Y desde entonces sentí que, como los antiguos, este era el día que yo iba a señalar con una piedra blanca. No necesité sino unos segundos para decirle: -Si tal cosa es posible, yo iría adonde tú me invites para acompañarte en esas tareas. -Entonces, sugeriré una entrevista contigo en Stony Brook, en octubre o noviembre. Y así fue, y así llegué a Stony Brook un año después, y eso cambió definitivamente mi vida.

Me asombraban sus condiciones de organizador y ductor, en las más diversas actividades que realizaba con una determinación tan precisa y al mismo tiempo tan enérgica, que no encuentro en mi memoria a otra personalidad semejante a la suya.

Podría escribir muchas páginas que ilustraran tan excepcionales dones de voluntad de servicio, no solo para ayudar a sus amigos, sino para quien llamara a su puerta con peticiones razonables y justas. Porque fue también un hombre justo y bondadoso como el que más: el anfitrión y jefe sin par que se adelantaba a los problemas que podían complicar a sus alumnos o colegas, y siempre encontraba una solución para esos problemas.

Me referiré primero a una de las muchas actividades de las que me hizo partícipe en Stony Brook: la colección hispánica de la biblioteca era relativamente pequeña y el programa de doctorado exigía una urgente solución. Nos propusimos avanzar con celeridad en esa materia que mucho nos preocupaba. El presupuesto existente era bastante exiguo, y él debió empeñarse en conseguir una modificación sustantiva de esa partida. El presidente, Dr. John Toll, y los administradores superiores, lo escucharon y nos anunciaron que el presupuesto sería aumentado a una suma cercana a la que la Universidad de Harvard destinaba a su famosa biblioteca. Naturalmente, ese anuncio fue muy celebrado, pero Ivan tuvo de inmediato una objeción, que hizo presente en una reunión administrativa: después de agradecer esa buena disposición, declaró que sin embargo “era insuficiente”. Imaginamos la sorpresa que habrá producido su intervención, al mismo tiempo serena y enérgica. Nos contó que dijo allí que Harvard y otras grandes y antiguas universidades tenían altos presupuestos para 'mantener' sus colecciones, pero que aquí había que formarla casi del todo, a partir de un fondo muy escaso. Y ese argumento fue escuchado, y pudimos proceder de inmediato a adquirir no solo los libros que ofrecían los muchos catálogos con que empezamos a trabajar, sino también importantes y raras colecciones que localizamos en varios países, entre ellos Uruguay, México y Chile. El año 72, por ejemplo, fue adquirida la totalidad de las primeras ediciones de las obras de Pablo Neruda, del coleccionista Hernán Bravo, que se conserva en la Special Collection de nuestra biblioteca.

Lo acompañé, pues, y en días felices, en esas tareas: no aspirábamos a hacer de ella una gran biblioteca, pero sí un repositorio útil para los fines académicos propuestos: esto permitió a sus colaboradores recibir desde muy cerca el beneficio de su extendido saber, de su inteligencia y de su constante y contagiosa curiosidad literaria.

Otro recuerdo imperecedero pertenece a abril de 1972, fecha en la que Pablo Neruda había sido invitado a Nueva York por el PEN Club para dar una conferencia sobre Walt Whitman. Después de este acto, el poeta Humberto Díaz Casanueva, Embajador de Chile ante las Naciones Unidas en esos años, organizó una recepción a la cual llegué con Ivan Schulman. Neruda y Matilde llegaron guiados por Fernando Alegría, quien poco después se acercó a decirme que el asediado poeta y su esposa nos invitaban a visitarlo esa noche en el Hotel Algonquin, donde se hospedaban. Allá fuimos, a la hora indicada. Uno de los temas de conversación esa noche fue el interés de Martí por el autor de María, Jorge Isaacs, lo cual evidentemente era de gran interés para Ivan, especialista en estudios martianos. Fue una noche inolvidable en la que junto con Ivan y en la compañía de Fernando Alegría y Matilde, hablamos animadamente con Neruda.

Debo dejar hasta aquí estas evocaciones, pero no sin contar un último y reciente episodio: habla de esto el breve mensaje que le dirigí el 20 de mayo de este año, un mensaje que tal vez no llegó a leer, porque no hubo respuesta, pero cuya relectura igualmente posible gracias a la copia recuperada por Rubén González en su computadora, pues se había perdido en la mía, hice al recibirla en estos días como si yo fuera ahora su propio destinatario, y no sin cierta impresión de inquietante sorpresa. Reproduzco aquí, sin más comentario, aquel mensaje para Ivan dirigido a su correo electrónico con la siguiente frase en el espacio de ASUNTO: Saludos y recuerdos de un viejo amigo de Long Island.

Querido y recordado amigo Ivan:

Después de tantos años sin comunicaciones, he conseguido esta dirección tuya gracias a las habilidades de Rubén. Te hemos recordado mucho, cada vez que hablamos con Fernando Burgos, con Rubén y con otros amigos de los viejos tiempos. Siempre estás presente en nuestros recuerdos y en nuestra gratitud. En tanto tiempo han ocurrido, para todos, muchas cosas, y sin duda también para ti.

Yo vine en marzo por dos meses, a casa de Maritza, en Setauket (ese nombre me lleva siempre a los días en que vivías en esos lugares), y no he podido regresar a Chile, donde están Patricia y Cecilia y nietos y bisnietas. Estoy tratando de viajar en junio, pero eso no es nada seguro, como nada es seguro hoy en el mundo. Pero sería una gran alegría volver a saber de ti, de tus hijos, y de tus tareas. Tú sabes bien cuánto te debemos todos en el orden de nuestras vidas, que habrían sido muy distintas sin tu ayuda constante y generosa. Nadie lo olvida, querido Ivan, y menos tu viejo y fiel amigo.

Pedro

RUBÉN GONZÁLEZ

STATE UNIVERSITY OF NEW YORK COLLEGE AT OLD WESTBURY

IVAN A. SCHULMAN, IN MEMORIAM

Rubén González

Cuando uno piensa en Ivan Schulman, lo primero es el agradecimiento. No conozco a nadie que haya conocido a Schulman que no tenga una deuda de gratitud con él, con su memoria, ya impagable. Un intelectual planetario, judío de Brooklyn, asumió como lector y escritor su ineludible destino caribeño. Su continuada obra sobre José Martí y el modernismo hiaspanoamericano, junto a otros críticos y amigos devocionales (Manuel Pedro González, Angel Rama, José Olivio Jiménez, para mencionar solo a tres) ha hecho su caribeñidad acogedora, por eso no podía morir sino en el Caribe. (En 1979, yo era estudiante de doctorado en la University of Florida, Gainesville, donde, por gestiones de Schulman y el profesor Pedro Lastra, quien había sido mi profesor en Stony Brook, había llegado dos años antes. Los veranos eran candentes en Gainesville y caminar por la calle era como ganarse el pan con el honrado sudor. Viandante cotidiano—como estudiante graduado no me quedaba otro remedio—un día llegué al Center for Latin American Studies de la universidad donde Schulman era presidente y profesor y al entrar a su amplia oficina, acalorado como nunca antes, le digo: “no soporto este calor, profesor”! Schulman estaba de pie, vestido con un pantalón gris y una camisa color anaranjado, pulcramente planchada, me miró, hizo un movimiento como para auparse, sacó un poco de pecho y me dijo: “Pues, yo no; me gusta el calor; yo soy caribeño.” Nos echamos a reir. La ironía era evidente).

Ivan A. Schulman era un profesor admirado y querido. Fue la figura clave que organizó el departamento de Hispanic Studies en Stony Brook, N.Y., con intelectualess como Sobejano, Lloréns, Guillén, Lastra, Giordano, Zavala, y otros a quienes no conocí personalmente. Llegué a Stony Brook en el verano de 1974. Schulman había dejado el departamento al final de ese año académico, sin duelo y sin lágrimas corriendo, pero había creado un programa de doctorado con una reputación nacional. Aún después de su partida, entrar al departamento era como ingresar al círculo de Schulman. Todo el mundo se sentía su amigo.

A mi llegada de Puerto Rico a Stony Brook compartí una casa con mis amigos Juan Mestas y Juan Lara. Juan Mestas ya escribía su tesis sobre José Martí y el movimiento obrero y su director, desde Florida, era Ivan Schulman. Juan trabajaba diariamente en esa tesis, de modo que la presencia de Schulman, como la música latinoamericana que Juan nos hacía escuchar todas las tardes, era la rememoración del maestro ausente, una sanción legendaria, impostergable.

Ese verano tuve el honor de conocer a Schulman. No sé por qué había regresado, pero compartimos una velada cordial en casa de alguien (no recuerdo quién) afiliado al departamento. De alguna manera ese fue el vislumbre de mi futura transición al Caribe de Schulman, pues tres años más tarde me convertiría en su estudiante.

Ante todo, Schulman fue un profesor al que todos, tanto en Stony Brook como en Gainesville, le guardaban lealtad. Trabajaba en el Center for Latin American Studies por las mañanas y prefería el aula tarde en la tarde. Sus seminarios duraban, formalmente, tres horas, pero casi siempre más para los que querían seguir escuchando sus sagaces comentarios sobre las novelas de dictadores o sobre poesía latinoamericana. Siempre impecablemente vestido, llegaba al seminario con un cigarro habano a medio consumir que colocaba en un cenicero sobre la mesa. No aspiraba su humo sino hasta que lo interrumpían con alguna pregunta, entonces buscaba cómo hacernos discutir sin saber que lo que sus estudiantes esperaban eran sus documentadas opiniones que tanto apreciábamos.

En las monografías y exámenes que escribíamos para sus clases siempre nos exigía claridad y brevedad. Sus direcciones siempre terminaban con la exhortación de “… no pierda tiempo. Al grano.” Era un gran editor. Para mi tesis sobre poesía puertorriqueña me dijo: “tú sabes más que nadie sobre el tema, de modo que escribe sin miedo.” Pero no había capítulo que no me devolviera sin correcciones.

En Gainesville tuve la suerte de conocer y hacer amistad con Fernando Burgos, ahora profesor de University of Memphis. A mi llegada, Fernando me ayudó a establecerme en Gainesville. Había sido discípulo de Pedro Lastra en Chile y, como en mi caso, había llegado a Gainesville por recomendación de Pedro Lastra y apoyo de Schulman. Fernando era un gran admirador de Schulman y no en vano también publicó varios libros sobre el modernismo hispanoamericano. Gran amigo Fernando, y siempre bien preparado para aquellos seminarios con Schulman donde aventuraba a arrojar sus propias teorías.

Un día nos anunciaron que Schulman traía a un profesor visitante llamado Julio Ortega. Con Julio mi madurez como estudiante se aceleró. Solíamos almorzar juntos todos los días y por las noches frecuentábamos el cine-teatro de la universidad y nos sentíamos privilegiados pues por 75 centavos veíamos excelentes películas de arte y los clásicos del cine. Fui su estudiante y lo ayudé a hacer investigación en la biblioteca. Se sorprendió de encontrar en aquellos estantes la colección completa de Orígenes, la revista cubana de José Lezama Lima. A través de la revista leí a varios de sus colaboradores: Eliseo Diego, Fina García Marruz, Cintio Vitier, Lorenzo García Vega, Julián Orbón, Mariano Rodríguez Feo, el padre Angel Gaztelu, etc. Julio se solazó con las deslumbrantes páginas de Orígenes y más tarde publicaría un artículo basado en aquel escrutinio. También fui testigo de su escritura de un artículo sobre El otoño del patriarca. Para su análisis utilizaba notas y citas de la novela que había organizado en cincuenta fichas. No lo vi usar crítica ni otra biblografía; supongo que la documentación vino más tarde. Pero lo que más me llamó la atención fue que mientras escribía a toda velocidad en una maquinilla que le cogía prestada a una de las secretarias del Centro se reía sin parar. Luego leí su artículo publicado varias veces y todavía me pregunto cuál sería el motivo de aquella risa.

De nuestra amistad de Gainesville persiste una comunicación afectuosa pero infrecuente. Después de Gainesville nos vimos a menudo en la ciudad de Nueva York, donde yo vivía y por la que Julio pasaba cada vez que podía. Después de mi mudanza a Long Island nuestros encuentros han sido fortuitos. A Julio le agradezco un importante suceso, el de haber conocido a Edgardo Rodríguez Juliá. Sobre este autor puertorriqueño he querido dejar una impresión sólida de lector.

A cada paso en mi mundo profesional Schulman jugaba un papel importante. Al completar mis cursos doctorales en Gainesville, decidí regresar a Nueva York donde habían quedado buenos amigos y mi eterno profesor Pedro Lastra. Se lo informé al Profesor Schulman, quien enseguida me preguntó que si tenía trabajo en Nueva York. Le dije que no. Entonces me dijo que si yo quería el tenía trabajo para mí en la Ciudad. Ahí me resolvió un enorme problema. Como por ocho meses hice investigación en la Biblioteca Pública de Nueva York para varios proyectos que el Center for Latin American Studies y Schulman desarrollaban. No fue un trabajo lucrativo, pero ello y otras “chambas” de traductor y corrector de pruebas me permitieron la existencia en la gran urbe hasta que muy pronto conseguí trabajo como instructor en Old Westbury College. Por otro lado, el Profesor Schulman me había sugerido que regresara a Gainesville en tres meses para someterme a los exámenes doctorales. Había comentado que tres meses era suficiente tiempo para prepararse, lo que me había dejado de una pieza pues en Stony Brook se estilaba un tiempo más grave para el solemne martirio.

Después vino la tesis, que gente como Norma Klahn me urgieron a que terminase rápidamente. Poco tiempo después Schulman se fue de Gainesville e ingresó a Wayne State University; finalmente, hasta su jubilación, recaló en University of Illinois at Urbana-Champaign. Nos comunicábamos esporádicamente. En 1991 me dijo que participaría en un simposio sobre literatura cubana que auspiciaba el Graduate Center en Nueva York. Ahí coincidimos con Juan Mestas que ahora estaba de Deputy en el National Endowment for the Humanities, en Washington. Fue la útima vez que compartimos en persona con Schulman. Lamentablemente el encuentro académico fue suspendido al poco tiempo de haber comenzado pues cuando le tocó el turmo de hablar a Roberto Fernández Retamar, salido de la audiencia, lleno de pasiones, gritos sarcásticos e irónicos, un grupo de ciudadanos, por su acento posiblemente de extracción cubana, se encargó de cerrar la actividad. Schulman sacó del salón por un brazo a Fernández Retamar y alguien exclamó: “esto se acabó”—no creo que el de la “exhortación” haya sido un poeta.

Durante los últimos años nos parecía inaceptable que no mantuviéramos comunicación con Schulman. Increíblemente, varias semanas antes de su muerte decidimos que teníamos que rescatar nuestra vieja amistad con Schulman. Entonces, Fernando Burgos se encargó de ubicarlo y al cabo de unas semanas nos informó que Schulman vivía en Puerto Rico. Especulamos cuál sería la razón de su mudanza, pero al final nos pareció lógica su preferencia por el Caribe de donde crecen las palmas martianas; después de todo, como dijo la poeta, Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas. Yo conseguí su dirección electrónica a través de Google y Pedro Lastra le envió un correo que aparentemente nunca llegó a leer pues supimos que hacía algún tiempo se moría en un hospital de San Juan. Que yo sepa, hasta ahora, nadie sabe de qué murió.

A los que lo conocimos nos corresponde entonces esta expresión de gratitud. La llama martiana, como la presencia de Schulman en la literatura, está muy lejos de haberse extinguido. Ahí están las tantas páginas sobre los siglos XIX y XX iniciadoras de nuevas teorías que todavía perduran. El panorama literario hispanoamericano no sería el mismo sin la intervención solidaria de Ivan A. Schulman.

HUGO ACHUGAR

UNIVERSIDAD DE LA REPÚBLICA, URUGUAY

IVAN SCHULMAN, INTELIGENCIA Y ELEGANCIA

Hugo Achugar

La primera vez que vi a Ivan fue durante su visita al “Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos” de Caracas en 1966. Su erudición, su solidez y su pasión por José Martí fue la primera impresión que me causó. Pero también su generosidad, que mantendría siempre para conmigo, y su apoyo a los jóvenes.

En esos meses, estaba organizando el XVII Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana en Gainesville, Florida de marzo de 1977. Entusiasmó a los investigadores para que presentáramos ponencias. La próxima vez que lo vería sería, precisamente, en ese Congreso, para mí por ser el primero de ese nivel y como uruguayo porque estaban presentes tres de los intelectuales más importantes de mi país: Ángel Rama, Carlos Real de Azúa y Emir Rodríguez Monegal. Creo que los tres no volvieron a coincidir en congresos internacionales porque el brillante Real de Azúa moriría ese mismo años unos pocos meses después.

Ivan condujo el Congreso, multitudinario, con una espléndida amabilidad, mientras algunos de nosotros nos cuidábamos de los lagartos que andaban cerca, demasiado cerca, paseando en el campus de la University of Florida. Habría mucho más para contar de esos días en el Congreso; quizás como en todos, pero cada uno lo vive de modo diferente.

De hecho, fue gracias a Ia invitación que me hiciera Ivan de participar en el Congreso y de decidir publicar mi ponencia que logré que Alfredo Roggiano me ofreciera hacer mi doctorado en la University of Pittsburgh. Fue en esa Universidad donde lo volvería a ver y en muchas otras ocasiones en que llegamos a colaborar –yo como joven aprendiz, él como el generoso de siempre- o coincidir en otros Congresos.

La imagen más fuerte que tengo, quizás, fue cuando visitó Montevideo y lo invitamos a cenar en casa. La familia recién volviendo del exilio y él con Evelyn Picon Garfield llegando a nuestro humilde apartamento abrigado con un sobretodo de piel –no recuerdo si de verdadero o fake zorro- demostrando lo que ya sabía y volvía a comprobar: era un caballero no solo brillante sino de una elegancia sorprendente. Y, por si fuera poco, no hizo ningún comentario sobre el diminuto apartamento en que vivíamos María y yo junto con nuestros cuatro hijos. La cena transcurrió gentil, comentando la vida de cada quien y los avatares de algunos colegas. Hablamos de modernismo y de los tiempos actuales, de sus viajes a Cuba y de los escritores que empezaban a surgir en el horizonte de Iberoamérica.

Eso sentí esa noche: Ivan me trataba como un colega y eso constituía un honor para mí. No nos sacamos fotos y en la memoria el sobretodo –verdadero o falso- me terminaba de mostrar algo que siempre había intuido: Ivan era un intelectual que no tenía prejuicios, un hombre íntegro, muy por encima de las tonterías de la vida académica tradicional.

Aprendí mucho de Ivan, sentí en él al universitario de mente abierta, al mismo tiempo riguroso que era a la vez un excelente docente, un investigador de primera línea y un académico reconocido sin discusión por tirios y troyanos.

Muchos años después nos cruzamos en Miami, el ya un profesor emérito que, sin embargo, continuaba dictando algunos cursos durante sus últimos años. No había pasado el tiempo. Tenía la misma agudeza intelectual y la misma elegancia de treinta años antes.

Gracias Ivan, gracias por todo.

FÁTIMA REGINA NOGUEIRA

PROFESSOR OF SPANISH AND PORTUGUES, UNIVERSITY OF MEMPHIS

IVAN SCHULMAN: UN INTELECTUAL QUE INSPIRA

Fátima Regina Nogueira

Conocí personalmente a Ivan Schulman en el año 2006 con ocasión de uno de sus viajes a Memphis en la calidad de evaluador externo del departamento de Lenguas Extranjeras. Obviamente, ya conocía algo de la extensa publicación del gran investigador que era. En este entonces, cuando apenas empezaba mi carrera, me causó una fuerte impresión su afabilidad y enorme vitalidad. En cuanto al trabajo que realizó en la calidad de evaluador debo reconocer que Ivan Schulman fue el primero, y quizás el único de los evaluadores que tuvimos, que incentivó un programa de portugués para hispanohablantes cuyo plan yo había trazado. Apoyó, asimismo, el desarrollo de estudios latinoamericanos para lo cual era vital incluir la producción artística y sociocultural de Brasil y pensaba que estos estudios debíamos emprenderlos desde nuestro departamento, invitando a otras disciplinas y áreas de estudio tales como sociología, ciencias políticas y antropología. De alguna manera, todo esto fue quedando en mí y en noviembre de 2018 junto con Sharon Stanley, una colega de Ciencias Políticas, realizamos un congreso muy exitoso titulado Politics and Poetics of Race in the Americas. Allí estaba el pensamiento de Ivan.

Cuando Ivan llegó a Memphis, Fernando Burgos Pérez y yo lo llevamos a pasear junto con su esposa Helene al Dickson Gallery and Gardens y, más tarde, nos fuimos a cenar. Fueron momentos extremadamente agradables que disfrutamos con ellos enmarcados por una bella tarde primaveral en Memphis. En la Galería de Arte, Ivan comentaba sobre las pinturas con una soltura impresionante, dejándonos con ese comentario: no solo es literatura su fuerte, pero en el paseo por los jardines, la botánica también captaba su total atención. La primera noche que cenamos nos fuimos a un restaurante nada espectacular, pero que ofrecía comida marina que era la preferencia de Ivan y Helene. Yo me preguntaba sobre las formalidades de llamarle Dr. Schulman, pero eso lo resolvió rápidamente él mismo ya que su mirada transmitía pura amistad. En cuanto al restaurante, no era una persona que iba a hacer un comentario sobre la calidad del lugar donde estábamos. Para él, lo importante era que en ese momento estaba con su esposa y conmigo y con Fernando. Y eso era un tiempo precioso. El transcurso y la vida. Y en ese momento, la vida era una alegría para él. Y así la vivimos los cuatro esa noche.

En mi formación académica fueron imprescindibles algunas investigaciones del gran maestro cuyos artículos empecé a leer en mis años de maestría en la Universidad de Memphis, así como en mi doctorado en Vanderbilt, donde mi tesis versaba sobre la modernidad en Hispanoamérica. Fueron libros claves para mi estudio Génesis del modernismo, El proyecto inconcluso: la vigencia del modernismo y Nuevos asedios al modernismo, siendo el último una edición de Ivan Schulman.

Así, las lecturas que hice de la obra de Ivan Schulman fueron acompañando mi investigación, contribuyendo de modo significativo en mis artículos y libros. Disfruté mucho de sus ensayos revisionistas sobre el modernismo y la modernidad, con lo cual me empecé a preguntar no sólo sobre los apoyos teóricos que dan origen a nuevas perspectivas de enfoque, sino que también sobre la multiplicidad de aperturas que una misma debe hacer al leer una obra literaria. Así fue también que pude ver el conjunto de posibles relaciones de la literatura brasileña e hispanoamericana, por ejemplo cómo podría yo conectar las dimensiones existenciales, metafísicas y lúdicas de un Joaquim Machado de Assis con un Julio Cortázar sin desmedro de las direcciones socioculturales del total de la obra de ambos autores y por otra parte—siguiendo esa manera como el Maestro Ivan Schulman exploraba en territorios que nadie lo había hecho—me dio suficiente atrevimiento para pensar en conexiones de la poesía de Cecília Meireles no con poetas hispanoamericanos sino con narradores hispanoamericanos. Y si el Maestro había podido ver—cuando él era una investigador bastante joven—símbolo y color en la obra de José Martí, por qué no podía yo utilizar esos desafíos para penetrar en los universos poéticos de la narrativa de Clarice Lispector. Las ideas de Ivan Schulman y de su esposa Evelyn Picon Garfield, vertidas en un libro sobre la vanguardia, me fueron útiles de igual modo para dirigirme al modernismo brasileño.

Luego al conocerlo personalmente, además del investigador, pude apreciar su profesionalismo y gran interés por las direcciones que debía seguir una universidad pues en su concepto la investigación no estaba separada de la enseñanza y los esfuerzos de servicio en las varias aéreas administrativas que ofrece una universidad eran para él un deber que cada uno de los profesores debía cumplir a objeto de que la universidad no se estancara y pudiera estar al alcance de mucha gente y fortalecer el desenvolvimiento de toda una comunidad. Para mí fue un verdadero honor haber tenido la oportunidad de conocer a Ivan Schulman, así como lo es poder escribir estas líneas en su homenaje.

JORGE CAMACHO

UNIVERSITY OF SOUTH CAROLINA-COLUMBIA

©Jorge Camacho


A LA MUERTE DE IVAN SCHULMAN

Jorge Camacho

El lunes 3 de agosto murió en Puerto Rico Ivan A. Schulman, quien era considerado el decano de los estudios martianos en los Estados Unidos. Quienes conocimos a Schulman y seguimos de cerca su carrera como investigador, no podemos más que lamentar su muerte y admirar su dedicación al estudio de José Martí y a la literatura cubana.

Hasta su fallecimiento, Schulman se mantuvo activo y pensando en las cuestiones que siempre le apasionaron. Amaba trabajar y conversar con sus alumnos graduados y siempre fue un hombre comedido y conciliador, al extremo que soportó con estoicismo los ataques de un crítico cubano, Ángel Augier, que lo llamó despectivamente “Mr. Schulman”, “demagogo,” y le rectificó los “gazapos” de alguien que “naturalmente no tiene dominio de un idioma que no es el suyo materno”. Todo por criticar a Gonzalo de Quesada y Miranda.[1]

Los reproches de Augier eran injustos porque Schulman tenía razón en criticar al albacea de los manuscritos martianos y sugerir que, en efecto, podíamos no tener la versión correcta de algunos de sus poemas. Pero tan solo esto fue suficiente para que Augier, que pocos años antes le había llamado: “maestro en el estudio del modernismo y nuestro Martí, con admiración y amistad”, lo atacara de forma tan visceral y públicamente.[2] A él, que amaba Cuba como pocos extranjeros y que después de pasar por aquel calvario, que le costó casi veinte años sin poder publicar en la Isla, regresó y siguió colaborando con el Centro de Estudios Martianos.

Schulman, como todos sabemos, tuvo la suerte de tener como profesor a Manuel Pedro González, quien dictaba cursos de lengua y literatura hispanoamericana en la Universidad de California en Los Ángeles y fue Manuel Pedro quien lo defendió en aquella polémica y quien guio su carrera intelectual. Posiblemente la influencia de aquel maestro en su vida haya servido de modelo en su relación con sus alumnos graduados, con los cuales disfrutaba mantener una amistad y a quienes ayudó en sus proyectos profesionales. Me consta que ellos lo recuerdan con agrado y que a él se le iluminaban los ojos cuando hablaba de alguno de ellos. En todos dejó una profunda admiración por Martí, algo que cualquier cubano respeta y agradece.

Yo no fui su alumno. Lo conocí cuando hacía varios años que él se había jubilado en los Estados Unidos. No obstante, a partir de aquel momento mantuvimos la comunicación, a veces por teléfono y otras en persona, y en los últimos años nos regalamos copias de nuestros libros. El último me lo regaló en el 2016, durante una conferencia en Tampa, con una dedicatoria que agradezco: “A Jorge, martiano de pro”.[3] Yo, por mi parte, pensaba mandarle por correo el último mío, que publiqué a finales del 2019, pero la pandemia me lo impidió.[4]

Pensaba hacerlo, sobre todo, porque en este libro, donde analizo la poesía erótica cubana, le agradezco sus comentarios sobre la novela de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Sab. Él me había recomendado leer el libro de Evelyn Picón Garfield, que habla de Tula, y después de hacerlo le dije que no estaba de acuerdo con la tesis de su antigua esposa porque no creía que la representación de la mujer en la novela decimonónica cubana era como ella la pintaba: como una “víctima expiatoria del sistema esclavista regido por hombres”. Le recordé que en muchos textos de la literatura cubana y brasileña, e incluso, en documentos judiciales, aparece la mujer dueña de esclavos torturando a sus siervos con sevicia por lo cual no podíamos considerarla “víctima expiatoria” del sistema sino parte íntegra de él. Schulman estuvo de acuerdo conmigo. Lo cual le agradecí, y así lo dije en este volumen.

Esto muestra el tipo de conversaciones que teníamos, en las que desafortunadamente la política siempre fue un fantasma porque como he dicho, Schulman era un colaborador, alguien diría incondicional, del Centro de Estudios Martianos, una institución del Gobierno cubano. Y sus ideas políticas no tenían que ser las de los exiliados. Por eso las relaciones académicas entre él y los cubanos que vivimos del lado de acá, y pensábamos diferente, fueron poco fluidas y a veces tirantes.[5]

En nuestras conversaciones nunca hablábamos de política (aunque una vez discrepamos sobre el tema en una conferencia de Harvard). Ni discutíamos sobre los tópicos martianos más polémicos porque ambos sabíamos en qué lugar el otro estaba parado. Desconozco por eso cuál era su opinión de Etnografía, política y poder (2013) o de mis otros ensayos en los cuales critico a Martí por reproducir fórmulas del supremacismo blanco, por su etnocentrismo, y por apoyar políticas de fuerza de los gobiernos liberales de la época como fueron la aculturación forzosa de los indígenas, la invasión de sus territorios en la Patagonia y su confinación en las reservas.[6]

Me gusta pensar que, a pesar de nuestras discrepancias sobre la obra martiana y las políticas del Estado cubano, ambos compartimos el mismo compromiso con la libertad académica y el respeto por la crítica iconoclasta, que su obra temprana refleja, no solo en sus críticas a Gonzalo de Quesada, sino también en sus cuestionamientos del origen del Modernismo. No por gusto Schulman le dijo a Gabriel Cartaya en una entrevista: “la otra cosa que recomiendo es que tengan en mente [los investigadores] que la novedad es un elemento constante. Y que no se debe repetir lo que los otros ya han descubierto y publicado”.[7]

Nadie mejor que él para recordárnoslo, dado que, junto con Manuel Pedro González, Schulman se enfrentó en los 60 a la crítica académica especializada que daba a Rubén Darío el papel de iniciador del Modernismo, y en su lugar propuso colocar a José Martí y a Manuel Gutiérrez Nájera. Esto, que la mayoría de los investigadores acepta hoy sin reservas, fue en su tiempo, como dice en la entrevista, «muy revolucionario».[8] Cambió el paradigma interpretativo de los estudios modernistas y se convirtió posiblemente en su mayor aporte al campo intelectual. En su opinión, no debíamos rechazar las nuevas ideas, ni repetir lo que otros ya habían dicho. Si alguien tenía algo nuevo que decir, que lo dijera, aun si fuera contra los héroes de mármol.

Considero que Schulman al menos en sus inicios fue ese tipo de investigador, y espero por eso que quienes lo admiraron en ambos lados del estrecho de la Florida, mantengan en mente sus recomendaciones. Que sus albaceas literarios preserven sus escritos y nos permitan seguir indagando en su obra. Estoy seguro que su archivo será una pieza importante para completar la visión que tenemos del investigador y las relaciones amistosas que mantuvo durante tantos años con intelectuales de Cuba y los Estados Unidos.

[1] Ver el ensayo de Ángel Augier “Sobre una edición de Versos libres. Martí como pretexto de difamación”. La Gaceta de Cuba, 1972, pp. 2-3.

[2] Adjunto fotocopia de la dedicatoria de Augier a Schulman en su libro Cuba y Rubén Darío. La Habana: Academia de Ciencias de Cuba, Instituto de Literatura y Lingüística, 1968.

[3] Adjunto una copia de la dedicatoria de Schulman al autor en su último libro Painting modernism. New York: State University of New York, 2014.

[4] Me refiero a La angustia de Eros: sexualidad y violencia en la literatura cubana. Leiden: Almenara Press, 2019.

[5] Véase el ensayo del traductor y especialista cubano Manuel A Tellechea sobre una tesis de Schulman “M. de S.”: el “disfraz” falso de José Martí” en Cuba encuentro https://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/m-de-s-el-disfraz-falso-de-jose-marti-325544

[6] Para más detalles véase mi ensayo “Martí, el evolucionismo y los indígenas.” https://www.academia.edu/32509854/_Mart%C3%AD_el_evolucionismo_y_los_ind%C3%ADgenas_

[7] Gabriel Cartaya “Entrevista exclusiva al Dr. Ivan A. Shulman”. La Gaceta, Tampa, 15 y 22 de julio, 2016 http://gabrielcartaya.blogspot.com/2016/07/entrevista-exclusiva-al-dr-ivan-shulman.html?m=1

[8] Gabriel Cartaya entrevista al Dr. Ivan A. Shulman https://www.youtube.com/watch?v=v0a4VMizRxE

MICHAEL HANDELSMAN

PROFESOR EMÉRITO DE ESTUDIOS HISPÁNICOS. UNIVERSITY OF TENNESSEE

MIEMBRO CORRESPONDIENTE DE LA ACADEMIA ECUATORIANA DE LA LENGUA

RECORDANDO A IVAN SCHULMAN (1931-2020) DESDE KNOXVILLE, TENNESSEE

Michael Handelsman

Aunque Ivan fue el director de mi tesis sobre escritoras de prosa del Ecuador cuando yo estudiaba en la Universidad de Florida, nunca tomé con él una clase sobre el modernismo, ni una de Martí o de Cuba. Es decir, mi experiencia con él como alumno se realizó fuera de aquellos campos literarios que todo el mundo reconoce como sus áreas de eminencia. Pero, Iván fue un profesor que sabía enseñar múltiples materias y, sobre todo, tenía ese don de saber encaminarme y motivarme a cultivar lo que me apasionaba, y siempre se mostraba verdaderamente interesado en lo mío. Es decir, valoraba mis preferencias literarias y me daba la confianza de seguir por caminos poco atravesados, sea porque estos pertenecían a países supuestamente menores o de temáticas algo marginadas según ciertos criterios propios de la llamada Ciudad Letrada.

Lo que más recuerdo de Iván como profesor y mentor ocurrió en una clase sobre la novela hispanoamericana de la primera mitad del siglo XX que tomé con él. Mientras comentaba el final de Los de abajo de Mariano Azuela, insistiendo en su estructura circular, se topó con una frase sobre las nupcias: “Fue una verdadera mañana de nupcias. [. . .]. La sierra está de gala; sobre sus cúspides inaccesibles cae la niebla albísima como un crespón de nieve sobre la cabeza de una novia”). Y, de repente, se detuvo y en voz alta mientras hablaba despacio consigo mismo, decía que a pesar de haber leído ese mismo pasaje muchas veces, jamás se había dado cuenta de que esa referencia a las nupcias completaba la circularidad de la novela de Azuela. Al decirlo, su cara brillaba de alegría y felicidad. En efecto, ese profesor eminente, delante de nosotros y, de la manera más espontánea, construía una nueva idea, una nueva lectura. Y, yo, sentado en la clase observándolo, me di cuenta que Iván gozaba por sentir plenamente el placer de ejercer una profesión que tanto le apasionaba. Reputaciones y fama profesionales aparte, lo importante era su habilidad de dialogar con el texto. Fue en ese mismo momento cuando yo me dije a mí mismo: “Eso es lo que yo quiero hacer”.

Sin duda, leer lo que Iván ha escrito a través de los años es una experiencia formidable, pero acompañarlo en el momento mismo cuando él creaba un pensamiento crítico nuevo y ver la felicidad que él sentía fue un privilegio que me convenció para siempre que lo que hago/hacemos como docente(s) e investigador(es) en el fondo sí vale la pena precisamente porque esa posibilidad de crear una idea nueva, de escribir aquella frase deseada, de expresar lo no esperado sí existe, y cuando la vivimos no cabe la menor duda de que esa misma felicidad que vi en Iván durante aquella clase sobre Los de abajo también es nuestra, de los dos/todxs compartida para siempre.

Que en paz descanse, querido profesor y mentor Iván.


CARMEN RUIZ BARRIONUEVO

UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

LA OBRA CRÍTICA DE IVAN A. SCHULMAN EN MIS COMIENZOS

Carmen Ruiz Barrionuevo

Solo en un par de ocasiones tuve la oportunidad de saludar en persona y compartir unas horas con Ivan A. Schulman. Fue en Cuba con ocasión de sendas actividades organizadas por los colegas de la Universidad de La Habana. Tanto su conversación, siempre cordial, como sus intervenciones fueron momentos estimulantes y muy gratos. Coincidimos poco, pero en realidad siempre percibí la sensación de que era una persona a quien conocía desde hacía mucho tiempo. Esa impresión me acompañaba de continuo en esos momentos. Y es que Schulman había estado muy presente en mis comienzos como investigadora y profesora de literatura latinoamericana. Primero del modernismo en general, que tanto me ocupó en esos años, y luego también por sus estudios acerca de José Martí y otros poetas coetáneos.

Cuando empecé a interesarme en la literatura latinoamericana, al comienzo de la década de los 70, todavía en la España de la dictadura franquista, el acceso a los libros y la información acerca de los escritores latinoamericanos era limitada. Al vivir en una ciudad sin las grandes bibliotecas especializadas de Madrid, apenas podía consultar cualquier bibliografía de manera sistemática. Resulta ahora difícil trasladarse con la imaginación a un mundo en el que, no solo no existía internet, sino que era dificultoso conseguir copias de libros y artículos. En esos años, algunos críticos y estudiosos, como Ivan A. Schulman aparecieron en las librerías publicados por la editorial Gredos de Madrid. Todos sabíamos que los autores publicados en esa editorial eran una garantía de exigencia y rigor, por lo que en nuestra mesa de estudiantes y profesores primerizos aparecían siempre algunos títulos de su catálogo. No cabía duda alguna de la importancia de esos libros.

Conseguí algunas de esas publicaciones enseguida, y en primer lugar Símbolo y color en la obra de José Martí que Gredos publicó en 1970. Lo leí con detenimiento y me sirvió para afianzar mi estudio de la obra del autor cubano que entonces estaba casi olvidada en España. Percibí que su trabajo iba en la línea del pensamiento de Juan Ramón Jiménez y de Federico de Onís que habían valorado la obra martiana, y muy en especial, su poesía dentro del modernismo. Su tesis era que Martí era un iniciador, más que un precursor, y que su obra resultaba decisiva dentro de la estética finisecular. Schulman tenía en cuenta todas las dimensiones del autor, como poeta, como prosista, pero también abordaba la dimensión humana y desde luego la política, sin que unas facetas limitaran a las otras, sino que había que entenderlas todas juntas. Fue importante leer que el escritor cubano tenía ya una clara conciencia de la palabra y de la revolución literaria que estaba llevando a cabo en el lenguaje, tanto en prosa como en verso. Que Martí era, por tanto, un modernista. Muchos años después lo ratificaría directamente por palabras del propio Schulman que expresó cómo se había propuesto como objetivo de sus investigaciones cambiar el concepto cronológico sobre la iniciación del modernismo, para justificar que José Martí y Manuel Gutiérrez Nájera fueron los verdaderos iniciadores del movimiento en América y que Rubén Darío recogería y fortalecería esos frutos. A la lectura de este libro se sumó otro poco después, Martí, Darío y el modernismo que en 1974 aparece en coautoría con Manuel Pedro González, y en el que se incluía un trabajo revelador, Reflexiones en torno a la definición de modernismo que vino a desmitificar tantos prejuicios instalados en mi entorno y que supuso el reforzamiento de otras lecturas realizadas con anterioridad de Juan Ramón Jiménez y de Federico de Onís. Por fortuna la famosa obra de Onís, la Antología de la poesía española e hispanoamericana (1882-1932), publicada en Nueva York en 1961 por la Editorial Las Américas, era accesible entonces. De hecho, el trabajo de Schulman empezaba con el planteamiento del problema del concepto de modernismo y la primera cita era de Juan Ramón que había alumbrado unas ideas rompedoras y certeras, pero poco admitidas por la crítica. En aquellos años, en España, el enfrentamiento entre Generación del 98 y Modernismo, con el descrédito de este último, era habitual en los estudios literarios, puesto que se habían difundido las ideas que Guillermo Díaz-Plaja exponía en Modernismo frente a noventa y ocho aparecido en 1951 y cuya dicotomía fortalecía también el espíritu de defensa de los valores hispanos frente al cosmopolitismo exterior modernista, y en ese ambiente la obra de Schulman venía a abrir un campo de lectura y de estudio lleno de expectativas. Casi al mismo tiempo, Ricardo Gullón publicaba también en Gredos Direcciones del modernismo (1971) que proponía aspectos complementarios. A ello había contribuido la publicación por su parte del curso de Juan Ramón Jiménez, El modernismo; notas de un curso (1953), aparecido en 1962, que fue en extremo contundente. También se sumaría, aunque divulgado años más tarde, Rubén Darío y el modernismo (1970) de Ángel Rama que vino a significar la extensión social y económica de esos estudios. Todos ellos marcaron una época en la que comenzaba mi trabajo en una línea que me habría de ocupar muchos años, así pude leer con otra perspectiva a Martí y a Gutiérrez Nájera, y en consecuencia a Rubén Darío, autores que no he olvidado nunca, y con posterioridad también a Lugones y a Herrera Reissig.

Por todo esto, en esos comienzos míos, acceder a los trabajos de Ivan A. Schulman supuso mucho. Era un investigador lejano, pues trabajaba en los Estados Unidos, y me venía a plantear un estudio riguroso, en la línea más filológica y de pensamiento, próxima a la que estábamos acostumbrados en aquellos años. Mi sincero homenaje, mi admiración y mi agradecimiento a Ivan A. Schulman por su obra.

HUMBERTO E. ROBLES

PROFESOR EMÉRITO. NORTHWESTERN UNIVERSITY. EVANSTON, CHICAGO

MIEMBRO CORRESPONDIENTE DE LA ACADEMIA ECUATORIANA DE LA LENGUA

IVAN A. SCHULMAN (1931-2020)

Humberto E. Robles

Nil sine magna labore.

La verdad del caso es que no traté muy de cerca a Ivan Schulman. Recuerdo, sin embargo, que cuando coincidimos pude entrever ciertos admirables atributos de su presencia.

Sabía calibrar a sus discípulos. Al menos dos de ellos siguen siendo hoy mis buenos amigos y me han hablado de su enseñanza, de su rigor, de su generosidad, y de su apoyo. En los sendos casos a que aludo, uno y otro han venido dejando rastro en los estudios de importantes aspectos de las letras hispanoamericanas. Schulman, como diría Borges, fue uno de los precursores de esos jóvenes que la suerte me llevó a conocer en Chicago, en un caso, y, en el otro, por las tierras de mi país de origen. Schulman les dio la pauta, les mostró el sendero. El resultado ha sido que Chile y Ecuador se han beneficiado de esa semilla que implantó en esos jóvenes de entonces el neoyorquino Ivan A. Schulman.

La última vez que lo vi, de paso, fue cuando entraba a “La Habana Vieja”, restaurante de Miami. Iba solo, impecablemente vestido, luciendo una guayabera. No sé lo que saboreó, pero estoy seguro que supo pedir y apreciar los deleites que ofrece la cocina caribeña. Menciono ese pueril detalle porque Schulman me dio siempre la impresión de que era uno de esos estudiosos, no siempre comunes entre los que han hecho carrera con la literatura latinoamericana, que saben gozar de nuestra mesa, y de esos pequeños detalles que nos constituyen como una cultura a lo largo del Continente y al otro lado del Océano.

Martí, Nájera, Silva y Darío, entre tantos, cursaron su mundo intelectual. Pero más bien vale recordar a trancos largos su docencia. ¿Tiene que haber sido algo difícil abrirse brecha en St. Louis, por mucho que se hallara en una ciudad con un mítico historial y en un centro académico de valía: la Washington University de St. Louis? Lo digo pensando en la amplitud de los recorridos de su trayectoria de estudioso: Brooklyn, México, Los Ángeles, St. Louis, Urbana, Stony Brook, Gainesville y más. En esta última universidad tuvo acceso a una magnífica biblioteca dedicada a estudios latinoamericanos. Supe que en algún momento pasó a vivir a San Agustín. La presencia hispana en esa ciudad, la primera en Estados Unidos de América, fundada unos cincuenta y más años antes de que el Mayflower atracara en Plymouth Rock, sin duda lo hacía sentirse más cómodo. Ni hablar del amplio horizonte de la Bahía de Matanzas que tiene que haberle recordado la inmensa presencia del mar de sus orígenes neoyorquinos. Después, entiendo, que pasó a vivir en algún sitio más cerca de Miami.

Sin duda venía a Miami de vez en cuando porque, a pesar de lo que San Agustín u otra ciudad a lo largo de la costa Este de la Florida ofrece, esos espacios carecían del sabor de la ciudad de las Grandes Aguas. Grandes Aguas, nombre en Tequesta de esta urbe en que predominan el bilingüismo y las resonancias de “nuestra América”. Sigue que no me sorprende que haya fallecido en Puerto Rico a los 89 años. Lo borinqueño, por las cercanías culturales por él favorecidas, sin duda lo arrastró a vivir en la Isla del Encanto. Dicen, al respecto, que en cada ser humano siempre hay algo más fuerte que la razón que nos lleva a vivir y a morir en aquellos sitios donde uno encuentra las cosas queridas. Pareciera ser que Borinquen fue el puente que ancla los dos puntales de la vida de Schulman: el Caribe y New York, la tierra de sus melancolías.

Dije que no conocí a fondo a Schulman para llamarlo mi amigo, pero sí leí en mis años mozos y siempre sus escritos sobre el Modernismo, escritos que todavía siguen vigentes. Más que de la persona uno aprende de lo que han escrito. Paso revista a los libros de los que mucho aprendí, y a estas Alturas de mi propia trayectoria entiendo que había algo más profundo que fomentó mi empatía hacia el colega neoyorquino. ¿Fue acaso el hecho de que él empezó su formación universitaria en Brooklyn College, espacio intelectual y cultural que, junto a Queens, mi Alma Mater, y que junto a Hunter y a CCNY, desde 1930 hasta 1960, según mis recuerdos, fue uno de los más grandes aportes que realizó la ciudad de New York en favor de la educación? Brooklyn, Queens, el Bronx, Manhattan dejan huellas. Intriga cómo cada ser humano va recogiendo y dejando semillas. En muchos casos, sin duda el de Schulman, esas semillas llegaron a ser ramas frondosas. Supo inculcar en sus alumnos el lema que entreveo en el fondo de su ser, la divisa “Nada sin esfuerzo”, divisa que lo llevó a formar filas en el rango de los notables de Brooklyn College. RIP.


GABRIEL CARTAYA

ESCRITOR, HISTORIADOR, PROFESOR Y EDITOR

RECORDANDO A IVAN A. SCHULMAN

Gabriel Cartaya

Con el fallecimiento de Ivan A. Schulman el 3 de agosto de 2020, perdimos físicamente al intelectual estadounidense que más aportes ha realizado al estudio de la obra de José Martí. De sus 88 años, dedicó más de sesenta a leer, estudiar, interpretar y explicar—a través de la palabra oral y escrita—los valores imperecederos de la literatura que nos legó uno de los más profundos y legítimos escritores americanos del siglo XIX.

La vida intelectual de Schulman—quien nació en Nueva York en 1931—, discurrió entre la investigación y la enseñanza universitaria. Siendo estudiante, el profesor Manuel Pedro González lo puso en contacto con los textos martianos y más nunca se separó de ellos. La tesis de doctorado, tutoreada por el señalado preceptor, indicó el talento del joven y derivó en la publicación de un libro que hasta hoy no ha sido superado para entender los símbolos de la escritura martiana y encontrar en ella indicios fundadores del modernismo literario. Aquel libro, Símbolo y color en la obra de José Martí, cuya primera edición correspondió a Gredos, Madrid, en1960, ha sido una fuente imprescindible para los estudiosos sobre el Apóstol cubano.

En un escrito que publiqué en el 2016, comenté mi encuentro con esta obra, la oportunidad de conocer a su autor, merecer un ejemplar dedicado y su amistad. Nos conocimos en 2001, en un curso sobre José Martí organizado por él en la Universidad del Sur de la Florida (USF) y después nos encontramos en otras conferencias en torno al cubano universal. Me permito recordar, también, un viaje suyo a Baracoa, Cuba, donde pudimos conversar durante varias horas. Entonces él vivía en San Agustín y viajó a la Ciudad Primada de la Isla de Cuba a prestar un servicio humanitario relacionado con el apoyo de una iglesia cristiana a un proyecto cultural con jóvenes de aquella intrincada localidad. Yo fui a verlo desde Manzanillo—donde entonces viví—, pues tuvo la gentileza de avisarme de su llegada allí.

Aunque desde entonces sostuvimos algún intercambio epistolar, no volvimos a encontrarnos hasta 2016, cuando, a pesar de su avanzada edad, asistió a un evento sobre José Martí organizado por la Universidad de Tampa y USF, donde pronunció una aplaudida conferencia e intervino con alto rigor académico en las ofrecidas por otros participantes. De aquellos días quedaron dos entrevistas que le hice, una para La Gaceta (la cual se incluye en este homenaje) y otra, grabada, también accesible en este sitio de la red dedicado a Ivan A. Schulman.

De ellas quiero rememorar momentos de su vida y obra: “Mis proyectos más importantes fueron, y han sido la rectificación de la iniciación del modernismo, y la definición del concepto literario y cultural del modernismo en América y la importancia de Martí en la evolución de ese proyecto . . . . Pero he escrito y publicado sobre muchos temas hispanoamericanos, desde la Colonia hasta lo contemporáneo, sobre figuras y temas de Cuba, México, Nicaragua, Argentina, Puerto Rico, Chile”, respondió, al ser interpelado sobre su quehacer investigativo y escritural.

Hablamos de sus libros: Símbolo y color para él uno de los preferidos “porque representa el comienzo de mi carrera como investigador y porque la figura de Manuel Pedro Gónzalez está presente siempre cuando pienso en el libro”, pero también destacó El proyecto inconcluso: la vigencia del modernismo, libro que “representa mis ideas maduras sobre el tema del modernismo y lo que significó para la historia literaria y cultural de Hispanoamérica”. Otros textos, como El modernismo hispanoamericano (1969), Martí, Darío y el modernismo (1974), Martí, Casal y el modernismo (1969) Nuevos asedios al modernismo (1987), así como la gran cantidad de artículos suyos dispersos en publicaciones españolas, hispanoamericanas y estadounidenses, fueron tocados en la conversación tangencialmente, dentro de los temas centrales que estuvieron siempre focalizados por el notable investigador.

Por él supimos de su vida: “Nací en Brooklyn, Nueva York, donde viví y estudié hasta cumplir tres años de estudios universitarios. Después, en México, California, Missouri, Florida y Puerto Rico. . . . De joven deseaba hacer estudios de medicina. Pero, como mis padres eran de clase media baja, sin mucho dinero, y como me gustó el estudio de las lenguas extranjeras y la literatura, me decidí por una carrera de profesor universitario. La decisión de estudiar la cultura y la literatura hispana se debió al hecho de que gané una beca para terminar mis estudios subgraduados en la Universidad Nacional Autónoma de México”.

Habló de sus constantes viajes y de sus lugares preferidos: México, Cuba, Buenos Aires, Italia y Tailandia, aunque para vivir, el que más le gustó fue Nueva York; y aunque lo atribuyó a “la actividad cultural de la ciudad”, seguramente el orgullo de ser hijo suyo pesó en la valoración.

Con relación a la predilección por expresiones artísticas, Schulman confesó ser bastante ecléctico y disfrutarlas todas, sin una “preferencia por una manifestación particular”. En cambio, la prioridad de la literatura y la historia era tan evidente en su obra que no requerían interrogación. A su vez, la distinción por sus alumnos, especialmente aquellos a quienes les sirvió de tutor en sus doctorados, ocuparon un espacio muy especial en su atención. “Tengo discípulos regados por todo el mundo, incluyendo a Tampa”, dijo con una noble sonrisa, llena de sencillez y satisfacción.

Finalmente, Ivan se mostró preocupado por “lo que está pasando ahora en el mundo, sobre todo, el terrorismo y la violencia racial”. A pesar de ello, se mostró optimista: “Tengo fe en la humanidad. Mi fe está relacionada con la visión martiana de un mundo de paz y alegría”, declaró, con la suave serenidad de su palabra, visiblemente amorosa.

Ahora nos falta la palabra lúcida y la sonrisa amigable de Ivan, pero nos queda para siempre en la amplia familia martiana y en cada una de las miles de líneas que escribió. En lo personal, también guardo su nombre en mi librito Domingos de tanta luz, con las palabras de introito que él le dedicó con tanta generosidad. Como en muchas de sus expresiones encontramos a Martí, al abrir sus libros los reencontramos juntos, alineados con los que aman y construyen, imperecederos guardianes de la dignidad humana.

ÁNGEL ESTEBAN

CATEDRÁTICO DE LITERATURA HISPANOAMERICANA

UNIVERSIDAD DE GRANADA, ESPAÑA

Angel, Ivan, Evelyn, Miguel Angel Martínez. Congreso "Cien años de Azul..." Universidad de Granada, 1988 ©Angel Esteban


IVAN SCHULMAN Y LA GENERACIÓN DEL BOOM

Ángel Esteban

Elegir un tema había sido complicado, un larguísimo camino. Mi director de tesis en Granada y yo habíamos manejado hasta sesenta posibilidades. Finalmente nos decidimos por la influencia de Bécquer en Martí y la transición del Romanticismo al Modernismo en un ámbito transatlántico. Con las limitadas posibilidades de adquisición de bibliografía de los años ochenta conseguí tres artículos que hablaran del tema. Solo uno me pareció realmente bueno y sugerente: aportaba datos, interpretaba, pero también abría posibilidades de investigación. Era de un tal Ivan A. Schulman. Le dije a mi director que quería conocer a ese autor. No sabíamos quién era, pero a través de José Olivio Jiménez descubrimos que era un profesor estadounidense radicado en la Universidad de Illinois. A vuelta de correo contestó muy amablemente prometiendo ayuda institucional y personal. Conseguí una beca de mi universidad y pasé cuatro veranos inolvidables en Urbana-Champaign, frecuentando la segunda mejor biblioteca universitaria del país, después de Harvard, el Departamento de Español y Portugués que dirigía Ivan y su propia casa, en la que terminé siendo más asiduo a Cortázar que a Martí, porque Evelyn era mucho más seductora que Ivan para promocionar sus gustos literarios. Hacían una pareja extrañamente perfecta, y desde el primer día me sentí en su hogar como si fuera el mío propio.

De igual forma, me encontraba en el Departamento como en el mío de la Universidad de Granada, diría que incluso mejor. Ivan puso todos sus recursos a mi alcance, y consiguió que varios miembros de la universidad, biblioteca incluida, se tomaran mi tesis tan en serio como yo. Y siempre valoré su generosidad muy por encima de su poder, que lo tenía, y mucho. Sin otras credenciales que la amistad de un colega mío con José Olivio, y mis ganas de conocer a fondo a Martí y el Modernismo, derrochó toda la artillería de su inteligencia, los medios de una gran universidad y, lo más valioso, su tiempo. Era un hombre muy ordenado. Quedábamos día y hora todas las semanas para que le diera noticias de mis progresos, y cada conversación era un estímulo para seguir avanzando. Calculo que sin su ayuda y la del ambiente universitario de Urbana-Champaign, una tesis como la que hice habría necesitado tres años más. Solo por eso, mi agradecimiento hacia su persona es infinito, y va mucho más allá de su muerte y de la mía.

Pero aquello no terminó con la tesis: nuestra amistad continuó creciendo con las décadas. Podría contar muchos detalles, las veces que lo invité a Granada, para congresos, conferencias, seminarios doctorales, o las que él me llevó a Illinois en los noventa, o las que nos vimos ya en su etapa de Florida. Solo manejaré una anécdota, que me abrió otro mundo más amplio si cabe que el del camino doctoral. En 1989 recibió una invitación a un congreso muy importante que se iba a celebrar en La Habana sobre José Martí. Sin decirme nada, habló con los organizadores y les insistió para que me invitaran. En aquel momento yo era un individuo ágrafo: mi tesis estaba a punto de terminar y era un simple estudiante de doctorado. Consiguió esa invitación y me lo comunicó un día en su despacho. Yo no cabía en todo el edificio de Lenguas Extranjeras.

Aquello fue solo un nuevo comienzo, el de mis periplos por La Habana. Nada más llegar a la Isla, comenzó a presentarme a todos su amigos, como si fuera su único y destacado discípulo (que no lo era, pero él te hacía sentirte así), y de esa forma conocí, gracias al prestigio del que él gozaba, a Cintio Vitier, Fina García Marruz, Roberto Fernández Retamar, Ángel Augier, Salvador Arias, José Antonio Portuondo, Julio Le Riverend, Pedro Pablo Rodríguez, Eusebio Leal, y un largo etcétera de cubanos, que por entonces eran la élite de la intelectualidad insular, así como otros críticos extranjeros tan reputados como Paul Estrade, Jean Lamore, Ramón Losada o Keith Ellis. Con algunos de ellos tuve una gran amistad durante muchos años, a pesar de mi absoluto desacuerdo con la dictadura cubana. En el fondo, creo que el respeto o la cordialidad que algunos de ellos han tenido conmigo durante todo este tiempo se ha debido en parte al escudo humano con el que fui introducido en la Isla. Ivan sabía cómo hacer siempre para no molestar a nadie, para que su amor a la libertad no le sacara los colores al buró político más estalinista y, por el otro lado, para que su amor al país donde nació y vivió nunca fuera incompatible con las críticas al imperialismo. Quizá por esa habilidad política, francamente admirable, y esa serenidad e inteligencia al plantear los asuntos, pudo ayudar a tantos cubanos acudiendo a instituciones de su país, y pudo establecer tantas relaciones culturales y académicas entre las dos naciones, incluso en los periodos más duros de desencuentros entre los Estados Unidos y Cuba.

De la misma manera que ya no hay un grupo de escritores como el de la generación del boom, ni lo va a haber en mucho tiempo, creo que en el ámbito de la Academia y la crítica latinoamericana ya no hay muchos como aquellos que pertenecen a la misma generación que los escritores: cumbres insólitas, nacidas en las primeras décadas del siglo XX, que crearon, con sus publicaciones y su modo de entender la vocación académica, un universo del que nosotros, sus sucesores, nos seguimos alimentando. Ivan, a mi juicio, es uno de los más destacados. El concepto que todos manejamos de Modernismo, por ejemplo, tan dócil y útil en nuestras manos, como si siempre hubiera estado al alcance de cualquier estudiante o investigador, no sería el mismo sin sus libros y artículos, y tan fácil de digerir. Ivan y otros críticos de su promoción, como los escritores del boom, supieron convertir lo difícil y denso en algo cotidiano y familiar.


EGBERTO ALMENAS

PROFESOR JUBILADO. THE UNIVERSITY OF THE WEST INDIES, BARBADOS

IVAN A. SCHULMAN SEGÚN UN ALUMNO ETERNO SUYO

Egberto Almenas

Si bien a cierta edad no ha de sorprender que la guadaña siegue de un zis hasta el olivo más fecundo, esa fatalidad última de la naturaleza todavía parecía lejos en quien seguía rindiendo frutos con el mismo brío y arrojo de su juventud. Ha muerto Schulman. Recuerdo la mañana en que osé preguntarle a un colega que lo conocía desde la mocedad de ambos: —¿Cómo era mi mentor en aquel entonces? De un solo golpe me lo diría todo: —Era exactamente igual que ahora.

En mi tesis bajo su tutela y jefatura departamental en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign lo había reverenciado poco antes como “fuente motriz en el sentido más lato del término, cuya obra trato de emular, infructuosamente”. Mientras redactaba aquella página de agradecimientos inefables me poseía el influjo de un oráculo que hallaría asimismo siempre hogaño en nido de antaño, siempre sereno, elegante, puntual.

Durante más de cuatro lustros oficié después de salto en salto desde otras sedes académicas, algunas de ellas en playas ultramarinas. Los nuevos rumbos jamás me alejaron por completo de Schulman. Cualquier distancia que mediara entre nosotros nos la atajaba contra viento y marea nuestro interés común en la obra de José Martí. En varias ocasiones y aun después de su jubilación formal convergimos de tal suerte desde diversos puntos del mapa. Poco importaba en realidad el lugar de encuentro. Con cada junte a coro con él, en vivo o mediático, sentía embeberme todavía más de aquel verdor suyo entre los recintos arbolados de mi alma máter en primavera.

La creciente “deuda imposible” que había contraído con él al calor de su prestigioso acicate englobaba además en su origen los recursos de sustento debidos a su aval. ¡Cómo dejar en el tintero esta materialidad no obstante básica! De ningún otro modo aquel alumno recién ingresado y con familia propia a cuestas hubiese podido contrarrestar de su bolsillo los apremios prosaicos al indispensable para exponerse a las sutilezas más ascendidas del gremio. Así también pude viajar y trabajar en rincones que enriquecieron a tiempo mis vivencias y mi currículo. Antes de lucir muceta y lanzar mi birrete triunfal al aire, el buen hado de mi gurú con barba y bigote bien cuidados me aseguraba una plaza en la misma institución de sus inicios como catedrático.

En adelante acaté a pies juntillas los celos de mi doppelganger en prospección por salvaguardar la integridad del pensamiento martiano mediante el estudio prolijo y sin cejar frente a los fundamentalismos de toda laya. Su sortilegio obraba en mí como aguja para mareante en mar de capillas rivales, nunca del todo libre de borrascas, donde capear a veces implicaba arriesgar hasta el pellejo, ya no en sentido meramente metafórico. Por citar solo un ejemplo, recuérdese cuando en mayo de 1992 una horda de mercenarios violentó el “Simposio José Martí y Nueva York: La tradición Hispánica en los Estados Unidos”, que se celebraba en la City University de dicha ciudad. A tal punto cundieron en el aire manotazos y palabrotas que los ponentes debimos abandonar la sala escoltados por la policía.

Poco antes de estrecharle la mano a Schulman por vez primera, a finales de verano de 1986, unos amigos me habían hablado del profesor estrella “de la Argentina”. Otros me juraban que era oriundo de “la meseta mexicana”, quizá porque allí había estudiado él de joven. Yo, en cambio, al conocerlo en persona se me trasuntó al instante su antillanía,zanjada del binomio épico entre Cuba y Puerto Rico, “de un pájaro las dos alas”, y al gusto culto y liberal de sus hacendados señoriales hacia finales del siglo xix. No faltaba ambientarlo en La Habana Vieja (como lo vi yo), o en el casco antiguo de San Juan (da lo mismo), en guayabera, con un café retinto en manos, o fumándose de cortesía un puro tras un chupito de ron.

Este neoyorquino de ascendencia judeo-rusa a quien debía fiarme como ha de fiarse el navegador en la rosa de los vientos, más bien revalidaba como pocos el gentilicio estratégico por el cual abogó “el poder moral y fin trascendental de la belleza” en Martí. Frente a la geopolítica globalizadora de hoy a fuerza de garfios neoliberales, todavía en las islas del Caribe que ayer armaban el “fiel de América” depende por extensión el equilibrio del mundo. Schulman murió en Puerto Rico, el ala de la balanza que aún no ha podido volar. Celebro este paraje vinculante de su brillo siempreverde y superior en mi memoria. Tiende a suscitar el vuelo más allá de toda frontera.

FERNANDO BURGOS PÉREZ

UNIVERSITY OF MEMPHIS


UN ENCUENTRO EN GAINESVILLE, FLORIDA

Fernando Burgos Pérez

Después de algunos años de la dictadura en Chile fui exonerado por razones políticas de la Universidad de Chile Sede Osorno, institución en la que había sido profesor de jornada completa. Solicitar un puesto en otra universidad o en la educación secundaria no era posible para mí. Estaba políticamente marcado. Para poder mantener a mi familia, en sociedad con un amigo y compañero de la escuela secundaria Armando Wagner Retamal y su esposa Gretel Vogel Anwandter, nos instalamos con una modesta tienda de venta de licores en una dependencia de la casa de mis padres. Era dificilísimo competir con el comercio mayorista, supermercados y otros establecimientos que operaban desde hacía muchas décadas por lo cual la mayoría de nuestras ventas se daba en las noches y los sábados y domingos por las tardes. Se nos hizo evidente que para tener éxito en esta empresa comercial necesitaríamos de más capital, lo cual no disponíamos. En mi caso, lo más lógico era intentar salir del país.

Decidí escribirle a Pedro Lastra, el mejor maestro que tuve en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile y quien había realmente inculcado en mí una pasión por el conocimiento de la literatura hispanoamericana. Pedro me respondió prontamente, me dio consejos y me facilitó el contacto con Ivan Schulman, profesor de la Universidad de Florida en esa época. Ivan me escribió de inmediato y en menos de dos meses me había conseguido una ayudantía en el Departamento de Lenguas Romances con lo cual pude obtener una visa y viajar a Estados Unidos.

Cuando llegué al aeropuerto de Gainesville le pedí al sorprendido taxista que me llevara a cualquier motel que estuviese cerca de la Universidad de Florida. Aparte de Ivan, no tenía ningún otro contacto en Gainesville. Al día siguiente, llamé al maestro quien esa misma tarde vino a buscarme al motel y nos fuimos a un bar a tomar unas cervezas. Le agradecí todas las gestiones que había hecho en torno a mi ayudantía y el tiempo que se había tomado en enviarme la documentación que yo necesitaba en Chile para que me dieran una visa de estudiante en la embajada de Estados Unidos en Santiago. Me preguntó por mi familia y los planes que tenía para encontrar un apartamento en lo que hoy es el Graduate and Family Housing de la Universidad de Florida. Después de hablar unos veinte minutos de los aspectos prácticos de lo que sería mi vida allí, seguimos charlando unas dos horas sobre literatura y política. Era como si me hubiera reunido con un amigo al que conocía por muchos años.

En los cinco años que estuve en la Universidad de Florida asistí a todos los seminarios que Ivan dictó sobre literatura hispanoamericana y además tomé con él varios cursos de estudios independientes en los cuales me daba una larga lista de novelas y ensayos de los siglos diecinueve y veinte que nos reuníamos a discutir durante el semestre. En ese tiempo llegó a Gainesville, caído de los maravillosos cielos de Nueva York, Rubén González una persona auténtica de esas que uno se hace amigo en el momento de conocer, inteligente, enfocado, gran lector y con una energía increíble para estudiar y trabajar. Venía a hacer su doctorado también bajo la dirección de Ivan. A veces lo notaba con sus saudades de Nueva York y de la novia que había dejado en la gran ciudad, a quien la llamaba constantemente. Una amistad linda la de Rubén que seguimos manteniendo. Durante los años que Ivan fue director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Florida, me consiguió una ayudantía allí por lo cual pasaba bastante tiempo en Grinter Hall, el edificio donde se encontraba el CEL, y en la biblioteca cumpliendo con las labores de investigación que Ivan me encomendaba para lo cual me iba a un antiguo edificio—the Smathers Library—donde estaba la impresionante colección dedicada a la literatura latinoamericana y caribeña y cuando no encontraba lo que precisaba la bibliotecaria Rosa Quintana Mesa, quien estaba a cargo de la colección, me resolvía rápidamente el problema. Era uno de mis lugares favoritos en la universidad que frecuentaba diariamente atraído, además, por el hecho de que—a diferencia de las bibliotecas en Chile—me podía pasear por todas las estanterías y rincones de ese enorme colección. A través de todo este tiempo y relación con Ivan no tuve ninguna duda de que mi tesis doctoral la iba a dirigir él.

Es natural que de la investigación que el maestro le dedicara a la literatura hispanoamericana se destaque su significativo aporte a los estudios martianos, a la literatura cubana, y al modernismo puesto que son áreas a las cuales se volcó con gran pasión y en las que produjo una renovación teórica perdurable. Aparte de esto que se hacía evidente para mí mientras era estudiante, pude apreciar en el tiempo que realicé mi doctorado y en la relación día a día con Ivan el enorme conocimiento que tenía de la literatura y ensayo hispanoamericanos del siglo diecinueve y veinte, de la literatura y pintura europeas. Sus estudios del modernismo, por ejemplo, lo llevaron a investigar sobre las vanguardias en Hispanoamérica lo cual fructificó en su libro, en coautoría con Evelyn Picon Garfield, “Las entrañas del vacío: ensayos sobre la modernidad hispanoamericana, publicado en l984. Es decir que pude apreciar a fondo en los cinco años que estudié con el maestro que Ivan Schulman no era tan solo un profesor universitario dedicado a algunas áreas específicas de investigación, sino que estaba frente a un intelectual y un humanista provisto de una amplia y sólida formación, la cual nunca dejó de cultivar.

Esta estrecha relación con el maestro mientras estaba en la Universidad de Florida resultó en una situación muy especial con relación a mi tesis ya que en realidad ésta se fue construyendo a través de todos esos años en lugar de haberla empezado como típicamente se hacía en los dos últimos años del doctorado. Las ideas fueron surgiendo en los cursos que tomaba con el maestro así como en las reuniones individuales que teníamos y como yo le había dicho a Ivan que me enfocaría en el concepto de modernidad, la orientación crucial que me dio no fue sobre las obras literarias que yo consideraría para ilustrar sobre el concepto sino todo el aparato teórico que guiaría la tesis para lo cual me hizo ver la necesidad de acudir a la filosofía y a una gran diversidad de ensayos sobre lo moderno que incluía una variedad de manifestaciones artísticas. Fueron estas lecturas que él me instó a realizar mantenidas por varios años y su discusión con el maestro lo que impactaría definitivamente en mi investigación posterior. De ello, también se originaría mi primer libro La novela moderna hispanoamericana: un ensayo sobre el concepto literario de modernidad.

Después de la Universidad de Florida continué mi relación con el maestro. En 1985 lo invité como expositor principal en un congreso sobre las vanguardias hispánicas que organicé en Memphis y que se desarrolló apropiadamente en un hotel del centro de la ciudad cerca del río Mississippi y al frente del famoso Hotel Peabody. Escribí algunas reseñas sobre sus libros, nos vimos en congresos y colaboré con un artículo sobre Rubén Darío para un número que él dirigió en 1996 para La Torre. Revista de la Universidad de Puerto Rico. Mientras Ivan trabajaba en la Universidad de Illinois me apoyó para una beca del Centro de Estudios Latinoamericanos que me permitía usar la maravillosa biblioteca de esta universidad. Pasé dos veranos allí con lo cual pude verlo nuevamente. Posteriormente, lo invité dos veces a la Universidad de Memphis como un evaluador externo de nuestro programa de estudios de posgrado en mi institución.

Se arremolinan muchos recuerdos con sus nítidas imágenes. Dos visitas que hice a la casa de Ivan en Gainesville donde conocí a Ivette, su primera esposa. En la primera visita Ivan me ofreció jugo de naranja, diciéndome, no hay como el recién hecho y fuimos a la cocina donde exprimió una cantidad de naranjas. La segunda ocasión fue una fiesta con estudiantes del programa de doctorado. Luego de unos ocho meses de que yo había llegado a la Universidad de Florida, Ivan organizaba en el campus de la Universidad de Florida el Congreso Internacional de Literatura Iberoamericana al cual asistieron grandes figuras de la crítica literaria tales como Pedro Lastra, Ángel Rama, Emir Rodríguez Monegal, Hugo Achugar, Saúl Yurkievich, David Lagmanovich, José Olivio Jiménez, Carlos Real de Azúa, Alfredo Roggiano, Noé Jitrik, Ricardo Gullón, Raquel Chang-Rodríguez ,Roberto González Echeverría, Bella Jozef, Martha Paley Francescato, Manuel Durán entre otros. Diez años más tarde, Ivan publicaría un libro con una selección de las ponencias de ese congreso con el título Nuevos asedios al modernismo (Madrid: Taurus, 1987). Para este congreso Ivan nos había pedido a los estudiantes del doctorado que ayudáramos en la organización. Una de mis tareas era la de hacer de guía a los participantes que se alojaban en un hotel cerca del campus y la única manera de llegar hasta el edificio de la universidad donde se leían las ponencias era a pie. Era una buena caminata en la que acompañé a personas como José Emilio Pacheco e Irlemar Chiampi Cortez. En los años siguientes en el CEL tuve la oportunidad de conocer a Edmundo Desnoes, Heberto Padilla y Reinaldo Arenas, todas invitaciones que Ivan lograba exitosamente, creando una rica atmósfera intelectual para los profesores y estudiantes de la universidad. Cuando Ivan y Evelyn participaron en un congreso sobre las vanguardias en Memphis en 1985, Evelyn, además de una ponencia, dirigía una de las sesiones para la cual con el objeto de controlar los 20 minutos de cada participante trajo una alcachofa por su total solidaridad cortazariana ya que solo los famas tienen relojes y los cronopios se las arreglan con el reloj-alcachofa a alcaucil: “Las innumerables hojas del alcaucil marcan la hora presente y además todas las horas, de modo que el cronopio no hace más que sacarle una hoja y ya sabe una hora”. Evelyn no llegó a sacarle tantas hojas como pensaba, así me regaló la alcachofa, la cual una vez terminado el congreso la cocinamos en casa y comimos con una buena vinagreta. Cuando terminó el congreso un buen número de participantes se quedó un par de días para visitar aspectos de la ciudad que les interesaban. Recuerdo que Ivan y Evelyn escogieron un paseo por el centro de la ciudad en una carroza que usualmente se toma en frente del Hotel Peabody. Años después cuando fui a Urbana-Champaign, pasé tiempo con ambos, almorzando en el campus de la universidad y luego cenamos en su casa. En uno de esos encuentros en Urbana-Champaign, Evelyn nos habló de su intención de jubilarse. Ivan no parecía estar completamente cómodo con la idea de jubilarse, pero tampoco dijo nada en contra de ello. Planeaban irse a vivir a St. Augustine, Florida. En la década del 2000 me volví a ver con Ivan y su tercera esposa Helene. Se les veía muy contentos. Lo pasamos estupendo en cenas en restoranes y en visitas a lugares que ellos deseaban visitar. Uno de ellos fue el Dixon Gallery and Gardens.

Fueron muchos años en compañía con Ivan en los que su mentoría, amistad, e ininterrumpido apoyo marcaron no solo las direcciones de mi investigación, sino que también de mi vida desde el encuentro con él en la ciudad de Gainesville en Florida.

ALVARO SALVADOR

CATEDRÁTICO DE LITERATURA HISPANOAMERICANA Y ESPAÑOLA

UNIVERSIDAD DE GRANADA, ESPAÑA

Inauguración de "Cien años de Azul..." José Olivio Jiménez, Ivan, Álvaro. Granada, 1988 ©María Angustias Mudarra
José Olivio Jiménez e Ivan. Granada, 1988 ©María Angustias Mudarra
José Olivio Jiménez, Evelyn, e Ivan. Granada, 1988 ©María Angustias Mudarra

RECUERDOS DE UN MAESTRO

Álvaro Salvador

A comienzos de los años ochenta yo trabajaba en la finalización de mi tesis doctoral en la que quise esbozar una nueva metodología para abordar el estudio de la Literatura Hispanoamericana, siguiendo las directrices del profesor Juan Carlos Rodríguez, discípulo de Louis Althusser y seguidor, en general, de las teorías del marxismo estructuralista. Algunos de los capítulos de esa tesis, tenían que estar dedicados al Modernismo como movimiento artístico y literario en Hispanoamérica, a la obra de Rubén Darío y a la obra y a la trayectoria de José Martí. Así, pues, mi encuentro con la obra del profesor Schulman fue inevitable. Por esos años, hice amistad además con los profesores Aurora de Albornoz y José Olivio Jiménez, quienes me pusieron en contacto directo con el maestro de Illinois. Le escribí y mantuvimos una correspondencia muy interesante respecto a algunos aspectos de la materia estudiada que para mí no estaban muy claros. Además, tuvo la deferencia de ponerme en contacto, a su vez, con los profesores Ned Davison y Lily Litvak.

La obras del profesor Schulman me ayudaron enormemente a demostrar en mi investigación que el Modernismo era un movimiento literario peculiar de Hispanoamérica, que nunca se podría haber producido sin las circunstancias y el carácter singular de la tradición literaria hispanoamericana, y que su vocación cosmopolita y esteticista no suponía una evasión o una actitud frívola o escapista, sino que más bien ocultaba un sentido ético, una “moral estética” con la que oponerse a los avances arrolladores de la modernización y a la posible desaparición del arte y la literatura.

A finales de los ochenta, un alumno mío que trabajaba en su tesis sobre José Martí con una beca del Ministerio de Universidades español, me rogó que intercediera por él delante de Schulman para que lo aceptaran como alumno visitante en Urbana y poder ampliar su trabajo bajo la dirección del profesor. Le trasladé la petición y él respondió con gran amabilidad y predisposición a acoger a quien ha sido hasta hoy durante todos estos años mi compañero de Departamento y es hoy también el segundo catedrático de literatura hispanoamericana de esta universidad, el profesor Angel Esteban del Campo. A finales de la década, coincidiendo casi con la primera estancia del profesor Esteban en Illinois, organicé en Granada un congreso internacional dedicado a conmemorar el centenario de Azul… el primer libro de Rubén Darío. Hacía mucho tiempo que el Departamento de Literatura Española de nuestra Universidad no organizaba un congreso internacional y, además, estábamos en un momento de despegue político y cultural en España. Así que, todas las instituciones, desde el Ayuntamiento al Ministerio, pasando por el Rectorado, el Gobiernos regional, etc, colaboraron en la financiación del evento. Porque eso fue, un evento de enorme magnitud: diez conferencias plenarias, sesenta y cinco ponencias y casi ¡quinientos! alumnos oyentes en cuatro días, desde el 14 de diciembre al 18 del mismo mes de 1988.

La financiación oficial y el éxito de matrículas nos permitieron invitar a una serie de especialistas para que impartiesen las conferencias plenarias, entre ellos al profesor Schulman, acompañado de su esposa, la también profesora Evelyn Picon Garfield. El título de su conferencia fue: “El Modernismo de Rubén Darío: la otra dimensión”, y yo mismo tuve el honor de presentarlo. El último día del Congreso les acompañé a una visita que el matrimonio hizo a la Alhambra y, más tarde, estuvimos en un acto institucional en el que el Ayuntamiento dio a una calle de Granada el nombre de Darío. Schulman descubrió la placa en ese acto.

A lo largo de los años, nos hemos encontrado en otros eventos y en otros países, sobre todo en Hispanoamérica, pero también en los Estados Unidos. La última vez que estuve con él fue en un seminario que organizó la Universidad Complutense de Madrid en 2012, se trataba de una reunión sobre revistas y archivos relacionados con la obra de Rubén Darío. En ese seminario, yo hablé de que estaba acabando un proyecto de edición de la poesía completa de Rubén Darío –de sus libros completos publicados en vida–, y el profesor Schulman se ofreció a escribirme el prólogo. Ofrecimiento que fue para mí un honor y que se cumplió en marzo del año siguiente. La edición tardó en publicarse un poco más, pero en 2016 por fin apareció, publicada por la editorial Verbum y con prólogo de Iván A. Schulman. Lo que de algún modo, cerraba un círculo para mí y mi trayectoria: se cumplía una de mis ilusiones más antiguas, avalada además por uno de mis primeros y más admirados maestros.

REVISIONES Y RECOPILACIONES

POESIA COMPLETA DE RUBEN DARIO


REVISIONES Y RECOPILACIONES

Ivan A. Schulman

En 2013, Ivan escribió el prólogo para una nueva edición de la Poesía completa de Rubén Darío (Verbum, 2016), a cargo del catedrático granadino Álvaro Salvador. Le agradecemos a Álvaro el envío del prólogo que Ivan tituló “Revisiones y recopilaciones.”

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La historia de las ediciones de las magnas figuras del modernismo hispanoamericano—Martí, Gutiérrez Nájera, Darío—ha sido insatisfactoria hasta muy reciente. No es que no hubiera ediciones “completas” de su obra, sino que las recopilaciones no habían sido preparadas con el cuidado que caracteriza la que ahora nos ofrece Alvaro Salvador.

Hemos hablado de recopilaciones pero la verdad es que si tomamos en cuenta las abundantes notas y la estructura de este libro :-“Introducción”, “Criterios”, “Cuadro cronológico”, “Glosario”, “Epístolas y poemas [1888]”, “Rimas” [1887], “Azul…”, ”Prosas profanas”, “Cantos de vida y esperanza”. ”El canto errante”, “Poema del otoño” [1910], “Canto a la Argentina” y otros poemas [1914]”, “Selección de textos dispersos [antes de Azul… 1884-1879]—es más bien una edición crítica de la poesía rubeniana que hasta ahora ha faltado en la bibliografía del poeta de Nicaragua lo mismo que tratándose de otros modernistas de primer rango.

Pero las deficiencias y ausencias están desapareciendo. Tenemos el caso de la prosa y verso de José Martí, que a través de los años ha tenido varias ediciones de “Obras completas “ sin que hubiera entre ellas una edición realmente completa ni crítica. Pero por fortuna, a partir de 2000 el Centro de Estudios Martianos (La Habana) ha ido sacando volúmenes de prosa y verso del cubano con el fin de presentar al mundo un Martí completo con notas y comentarios. Es también el caso de otra figura magna del modernismo: Manuel Gutiérrez Nájera cuya producción completa acompañada de notas críticas la Universidad Nacional de México ha ido sacando con un proceso lento pero con sumo esmero. Estas ediciones nos han dado la base para rectificar la historia del desarrollo del arte modernista hispanoamericano, corregir su cronología y estudiar dimensiones desconocidas del arte de la prosa y el verso de los iniciadores y las figuras cumbres de la modernidad literaria de América.

Sin embargo, el volumen de Alvaro Salvador sólo presenta una visión completa del verso rubeniano, y nuestra esperanza es que se dedique a la tarea necesaria de un volumen completo de la prosa del nicaragüense. Con un segundo volumen dedicado a la prosa de Darío y preparado con el método de este volumen haría una contribución importante al proceso de las recopilaciones, siguiendo el modelo que tenemos en el caso de Martí y Gutiérrez Nájera.

La importancia del volumen de Salvador es que toma en cuenta la obra de todas las anteriores ediciones de la poética del nicaragüense, el “poeta de América” que lleva el arte modernista a España, y presenta su producción en verso con un conocimiento profundo de su arte. A lo que otros han contribuido agrega ideas novedosas y sólidas a la crítica rubeniana.

Su visión de la evolución de la poética rubeniana es impecable. Examina las distintas etapas del verso dariano, agregando detalles que no siempre descubrimos en las anteriores “ediciones completas”.

En su análisis de la incepcion y la evolución del modernismo rubeniano, Salvador presenta ideas realmente significativas para entender la evolución del arte modernista en América. Me refiero al hecho de que para entender la incepción del modernismo americano hay que recordar que la etapa chilena de fines de la década del setenta y de la del ochenta es de suma importancia. Y, Salvador en su Introducción nos recuerda que aún antes de la publicación de Azul … Darío publica un artículo sobre Catulo Mendes en el cual expresa ideas que marcan el comienzo de una nuevo concepto de escribir en América. Dice el poeta:

Creen algunos que es extralimitar la poesía y la prosa, llevar el arte de la palabra al terreno de otras artes, de la pintura verbigracia, de la escultura, de la música. No. Es dar toda la soberanía que merece al pensamiento escrito, es hacer del don humano por excelencia un medio refinado de expresión, es utilizar todas las sonoridades de la lengua en exponer todas las claridades del espíritu que concibe... Janín llamaba "estilo en delirio" al estilo de Julio y Edmundo, y consideraba un absurdo, una locura, pretender pintar el color de un sonido, el perfume de un astro, algo como aprisionar el alma de las cosas... Ah, y esos desbordamientos de oro, esas frases kaleidoscópicas, esas combinaciones de palabras armónicas, en períodos rítmicos, ese abarcar un pensamiento en engastes luminosos, todo eso es esencialmente admirable... Juntar la grandeza o los esplendores de una idea con el cerco burilado de una combinación de letras; lograr no escribir como los papagayos hablan, sino hablar como las águilas callan; tener luz y color en un engarce…

Estas palabras rubenianas con sus conceptos novedosos, sinestésicos del arte de escribir, de escribir con los instrumentos de los músicos y los pintores, emitidas temprano en la evolución del arte rubeniano, ya habían aparecido en la obra de Martí o de Gutiérrez Nájera. Y, al incluir esta cita en su introducción, Salvador nos recuerda que no sólo en el caso de Darío, sino en el de Martí, que en Chile, antes de la publicación de Azul…., circulaban las ideas estéticas importadas de Europa. Y pronto varias de las figuras del modernismo, inclusive, Martí y Darío, incorporaron estos elementos en su arte literario. De este modo renovaron la prosa y el verso académico del momento, superarando el arte de Víctor Hugo y creando nuevas formas de expresión americanas que constituyen lo que hoy reconocemos como las invenciones primigenias del modernismo hispanoamericano.

Leyendo y estudiando este volumen nos damos cuenta de las etapas fundamentales del arte rubeniano y entendemos lo que Salvador llama la base ideológica del modernismo con su “ concepto de moral estética” y lo que considera fundamental a la poesía rubeniana—el concepto de las “rosas artificiales”.